domingo, 28 de septiembre de 2008

Rucci: El debate recomienza. Opiniones

Criados en la tragedia

Mi abuela era peronista y todos presumían que ese discurso de Perón podía ser el último. Ella no se lo quería perder y me llevó porque, supongo, no tenía con quién dejarme. Ella estaba entre los que se quedaron. Había estado en la Resistencia, era trabajadora textil, los Montoneros le caían simpáticos por lo de Aramburu, pero el día que mataron a Rucci los empezó a odiar. Ese fue su límite en un tiempo sin límites.La anécdota y la licencia de la primera persona implican una toma de postura sobre la historiografía de los ’70, donde abundan los relatos que anulan cualquier rasgo de contradictoria humanidad a los protagonistas. Por eso, ahora que el crimen de Rucci vuelve a ser materia de libros, debates periodísticos e investigaciones judiciales, desde Veintitrés nos propusimos rescatar dos voces silenciadas en esta trama dolorosa.María Inés Roqué tiene derecho a la palabra. Es la hija de Julio Iván Roqué, cuyo nombre de guerra era “Lino”. Para ella, directora de cine, actualmente radicada en México, el combatiente montonero es “Papá Iván”, a quien rescató en un emotivo e íntimo documental que lleva, precisamente, ese título: “Era un tipo muy divertido. Era un maestro, educador de alma. Muy simpático y cariñoso, teníamos muchos animales y él nos enseñaba muchas cosas sobre los animales y la naturaleza”.Estando clandestino, el 26 de agosto de 1972, cuando María Inés tenía seis años, Roqué le escribió una carta a ella y a su hermano: “Les escribo por temor a no poderles explicar nunca lo que pasó conmigo, porque los dejé de ver cuando todavía me necesitaban mucho y porque no aparecí a verlos nunca más. Aunque sé perfectamente que la mamá les habrá ido explicando la verdad, prefiero dejarles mis propias palabras en el caso de que yo muera antes de que lleguen a la edad de entender bien las cosas (…) Y si me toca morir antes de haber vuelto a verlos, estén seguros que caeré con dignidad y que jamás tendrán que avergonzarse de mí (…) Un gran abrazo y muchos besos de un papá desconsolado que no los olvida nunca, pero que no se arrepiente de lo que está haciendo. Ya saben: libres o muertos, jamás esclavos. Papá Iván”.Según el libro Operativo Traviata, del periodista Ceferino Reato, el papá de María Inés fue el ejecutor de Rucci. Era un experto tirador entrenado en Cuba, marxista de origen, que llegó a Montoneros desde las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), cuando ambas organizaciones guerrilleras se fusionaron. Roqué pagó con su vida el compromiso con la política militarista de Montoneros: cuatro años después del asesinato del sindicalista, murió tiroteándose con un grupo de tareas en la localidad de Haedo, el 29 de mayo de 1977. Fue también una víctima de la tragedia.“Pregunté mucho, pero no tengo una respuesta clara al respecto”, confiesa su hija. “No leí el libro de Reato, desconozco lo que dice, así que no puedo opinar”, se sincera.-Y si abrieras las páginas del libro que relata la manera en que tu papá asesina a Rucci, ¿cómo creés que reaccionarías?-Yo puedo ser muy fría. A mí no me asusta. Hice documentales sobre combatientes y entiendo cuál es el papel del soldado y qué se juega en distintas guerras. A María Inés, la elección de su padre por la lucha armada no le resulta indiferente: “Creo que estuvo justificada en las diferencias sociales. En Argentina, como en otros países, formaba parte de un movimiento que tenía como meta revertir programas económicos fundados en la injusticia y la explotación”.Ella no tiene temor a la verdad. Cree en el derecho de las sociedades a revisar su pasado: “Es necesario. La interpretación de lo sucedido va más allá del ejercicio de la Justicia”. Y agrega: “La lucha armada era un instrumento último y necesario, cuando los canales democráticos no se respetaban”.Aníbal Rucci es el hijo de José, la víctima de Roqué. Y recuerda que a su papá lo mataron en democracia: “Suponiendo que lo mató la guerrilla, como dice el libro de Reato, que es producto de una investigación importante, hay que aclarar que Montoneros formaba parte del gobierno, desde la época de Cámpora, donde ocupaban puestos clave hasta en las gobernaciones”.“La Justicia debe actuar. Tienen que estar presos los milicos que torturaron y mataron, por supuesto, pero eso no quita que el asesinato de mi padre tenga que quedar impune. Llegado el momento, si se llegara a descubrir a los autores intelectuales y materiales, debería ser considerado un crimen de lesa humanidad”, opina.Y quiere aclarar algo importante: “Nosotros no convalidamos el accionar de la dictadura. Ellos cometieron un genocidio. Hay sectores que van a querer politizar este caso, y nosotros no queremos prestarnos a ningún sector, llámese Pando o quien sea. No se debe mezclar el crimen de mi padre con los de la dictadura, porque a mi padre, si no lo hubiesen matado en el ’73, hoy sería un desaparecido. Nadie en la familia Rucci está en contra del juzgamiento a los militares ni de que las Abuelas recuperen a sus nietos. Nosotros no pagamos con la misma moneda”. Dos hijos, dos padres muertos y una herida que no termina de cerrar. Estos son los hechos objetivos. El propio Reato, en parte responsable del ineludible debate entre “verdad histórica” y “teoría de los dos demonios”, se excusa en el prólogo de su libro y advierte, con buen tino, que hubo “un solo demonio”, el Estado terrorista, pero que los grupos guerrilleros deberían responder por sus crímenes. No hay motivos para descreer de la honestidad intelectual del planteo de Reato, aunque el copete de tapa del libro sea un vívido elogio escrito por Joaquín Morales Solá, a quien la política de derechos humanos K le disgusta por “revanchista”. Morales Solá dice, rescatando el trabajo de Reato: “Quizá sea impolítico ahora investigar el crimen de José Rucci en tiempos en que no habla de los asesinatos de la organización Montoneros”. ¿Cómo no olfatear cierto aire de indignante satisfacción en sus palabras por la confirmación de que algunas de las víctimas del genocidio argentino fueron antes victimarios?¿Cómo no ponerse en guardia cuando los que dicen querer la verdad completa la ignoraron durante tanto tiempo? Hay que decir tres cosas.1) Los montoneros cometieron errores gravísimos y crímenes injustificables.2) La versión más conocida de ellos es la fabricada por las usinas intelectuales y periodísticas del terrorismo estatal, nunca juzgadas. 3) Cuando los finalmente derrotados se proponen contar los años de la tragedia, apelan a un espíritu de epopeya que confunde verdad con reivindicación acrítica.¿Es tan difícil reconocer que lo mejor de la mejor generación de los últimos 40 años, por su desapego a los bienes materiales y por sus convicciones -donde entraba la discusión política por un país mejor- antes de ser diezmada, cometió el gravísimo pecado, ya no de la violencia, sino el de la soberbia? Los jefes montoneros sobrevivientes no lo admiten, aunque lo saben. Ellos insisten en el relato heroico porque otro los pondría en la aceptación de lo que cualquier ser humano decente intenta evitar: que los igualen con sus enemigos torturadores que violaron todas las convenciones de la guerra en lo que fue una cacería despiadada.Quizá haya llegado el tiempo de que esta historia ya no la cuenten los periodistas que aplaudieron a Bussi, ni los montoneros cazadores de utopías.En eso estamos.
Investigación: Jorge Repiso

Veintitres

Entrevista a Roberto Cirilo Perdía, jefe montonero“La fisura entre Rucci y Montoneros es innegable”Por Diego RojasRoberto Cirilo Perdía es uno de los tres comandantes montoneros que permanece con vida, junto a Fernando Vaca Narvaja y Mario Roberto Firmenich. La ofensiva por reinstalar la teoría de los dos demonios en el debate social plantea una consecuencia práctica: si esa alternativa llegara a la Justicia, Perdía podría ser sentado en el banquillo de los acusados por el crimen de José Ignacio Rucci. Sindicados como autores del hecho, sin embargo, los Montoneros nunca admitieron –como sí lo hicieron en el caso de los ajusticiamientos del general Aramburu o del dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor– su responsabilidad. En una entrevista exclusiva con Veintitrés, Perdía revivió aquel acontecimiento.–Tres años después de su integración a Montoneros, Cámpora asume el gobierno, Perón regresa, se convierte en presidente y, días después, se produce el atentado que finaliza con la vida de Rucci.–Hubo dos hechos gravitantes que determinaron la fuerza de Montoneros y su inserción popular. Uno fue la ejecución de Aramburu. El segundo fue participar en las elecciones. En ese marco, desde el primer regreso de Perón, en noviembre de 1972, hasta su segundo regreso, en junio de 1973, la coyuntura transformó a Montoneros en la fuerza política hegemónica de la Argentina. Fueron seis meses de ímpetu y vorágine de acontecimientos. –¿La muerte de Rucci fue un factor para el retroceso de ese estado?–Perón siempre decía que los movimientos nacionales están anclados en procesos históricos más generales. A fines de los sesenta, el imperialismo está débil. Esto dura hasta el ’72, cuando Nixon separa la cotización del dólar del oro y Estados Unidos renueva su hegemonía en el mundo bajo un modelo de acumulación financiera. Llegamos a la victoria justo cuando el imperialismo recompone su situación. En abril del ’73 nos reunimos con Perón. En ese momento, Cámpora llega para ofrecerle la victoria y Perón decide que estemos presentes Fernando Vaca Narvaja, Roberto Quieto y yo. Para Cámpora eso es signo de que nosotros mandábamos. Discutimos con Cámpora y Perón desde el gabinete hasta los jefes militares. –Luego Perón gira hacia la derecha.–En la reunión Perón traza un panorama optimista respecto a la coyuntura de Latinoamérica. Decía que con Allende hablaba todas las semanas: “Vamos a avanzar y a los gringos esta vez los paramos”. Unos meses después, en Uruguay se produce la bordaberrización; en Bolivia se consolida el gobierno de Bánzer y, por último, el 11 de septiembre se produce la muerte de Allende y el pinochetazo. En seis meses cambió el mapa del Cono Sur. Esto explica el viraje: Perón concluye que después de Allende viene él. Taiana cuenta que después del Golpe, Perón pasó dos días llorando. Su proyecto se desplomaba. Entonces se profundiza su retroceso.–Catorce días después se produce el asesinato de Rucci.–Antes pasa Ezeiza, en julio de 1973. Fue una emboscada de Osinde y López Rega equivalente al golpe de Chile. Detrás también está el imperialismo. ¿Qué hubiera pasado si Perón se encontraba con su pueblo? Eran dos millones de personas cuya mayor parte estaba identificada, no organizada, con los Montoneros. A partir de la masacre comienza la decadencia de Montoneros, su crisis en cuanto a inserción política y social y la agudización de la crisis con Perón. Sobre Rucci hay cosas que conviene destacar. El enfrentamiento con el sindicalismo estaba claro. Los protagonistas de la primera resistencia habían sido casi de manera excluyente las organizaciones sindicales. En el ’66 empieza una nueva resistencia comandada por la juventud peronista. Y se da un choque entre la primera y la segunda resistencia por áreas de influencia, mayor o menor peso interno y planteos ideológicos diferenciados. No se puede analizar a Rucci sin ese marco. En ningún momento de la historia Montoneros asumió la autoría de ese hecho. Si intervinieron o no montoneros, no lo sé. Fuimos la principal víctima en términos políticos, porque significó un ahondamiento en la fractura del movimiento popular que facilitó las condiciones para el Golpe de Estado posterior. De cualquier manera, no conozco ni un solo compañero que en estos treinta y cinco años haya dicho: “Yo participé”. Es un dato que hubiera trascendido. –Reato plantea que fue una operación planificada y realizada militarmente por la máxima conducción de Montoneros. Y plantea que Montoneros, ante el viraje de Perón, le tira un muerto para pasarle una factura.–Choca con la realidad, porque nunca fue planteado públicamente. Las balas que mataron a Rucci pudieron partir de diferentes trincheras, pero las miradas apuntaron a nosotros. En una reunión con los gobernadores, Perón nos declara la guerra. Nos asimilan con el ERP ante la opinión pública y hacia adentro del movimiento tratan de aislarnos. Una semana después en El Descamisado planteamos en un editorial que éramos todos culpables del asesinato de Rucci (lee): “Aquí son las causas lo que importa. Revisar qué provocó esa violencia y qué es lo que hay que cambiar para que se borre entre nosotros”. –En el libro de Reato, Ricardo Grassi, miembro de la redacción de El descamisado, cuenta cómo llegó Firmenich y dijo: “Fuimos nosotros”. Dice que la Conducción Nacional les pidió que elogiaran el hecho, pero no tanto.–Sobre este hecho no puedo opinar, lo desconozco.–Pero era una acción que estaba anunciada en las consignas de Montoneros: “Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo que le pasó a Vandor”.–Si vamos a fiarnos de las consignas… El otro día vi una pintada que decía: “Cobos acordate de Vandor”. En ningún momento negamos las diferencias con Rucci. Cuando nos reunimos con Lorenzo Miguel nos dice que ellos no habían planificado lo que pasó en Ezeiza. Veníamos de una campaña electoral que duró tres meses, protagonizada por millones de argentinos y no hubo ningún muerto, pese a la confrontación constante. Ezeiza para nosotros iba a ser lo mismo. Miguel dice que hubo alguna otra mano que metió sus uñas para cambiar el proceso. Rucci formaba parte de eso, dicho por el propio Lorenzo. Con Rucci estaba todo mal, pero eso no quiere decir que fuéramos nosotros los responsables del suceso.–¿Existían razones para que Montoneros hubiera ajusticiado a Rucci? –Había diferencias políticas que en ese momento no estábamos resolviendo de esa manera.–¿La militancia montonera no asumía como propio este hecho?–Seguro. Esto tiene su reflejo en variadas muestras de simpatía hacia ese hecho que se vieron en la militancia. La fisura entre Rucci y Montoneros es innegable. Pero si hubo un perjudicado político, por fuera del dolor de los familiares, fue Montoneros. –Si un montonero hubiera protagonizado el ajusticiamiento, ¿usted lo consideraría un error?–Absolutamente.–Una campaña intenta revitalizar la teoría de los dos demonios y trata de llevar este y otros hechos ante la Justicia. ¿Tiene temor de ir preso?–En la justicia se están dando las condiciones para reestablecer en los niveles más altos la teoría de los dos demonios. Este gobierno, si bien practica una justa resolución para condenar a los responsables del genocidio a nivel militar, no hace nada para develar el poder económico sobre el cual se gestó el Golpe de Estado. Al no haber revelado a ese poder económico, ese poder vuelve y esgrime esta salida. Los Kirchner no afectaron en lo más mínimo a ese sector que, en la Justicia, plantea la cuestión de los dos demonios. Y apunta a una campaña cultural para afianzar este objetivo. Lo que siento no se define por la palabra temor. La oportunidad perdida de haber juzgado a los militares y a los responsables económicos del Golpe me produce dolor. La reaparición de estos sectores se produce frente a un gobierno que se está yendo, que está perdiendo su fuerza.–Quieren sentarlo en el banquillo de los acusados como miembro de la dirección de Montoneros. –La suerte de las personas es absolutamente secundaria en el destino de los pueblos. Entonces el temor en el ámbito personal que se pueda tener ante un hecho histórico es totalmente secundario. Se quiere hacer creer que fue un enfrentamiento entre locos de un lado y de otro. Hablemos de las causas que llevaron a esos hechos.–Pero es conciente de que quieren que usted vaya preso.–Claro, eso es obvio. –Mirando su pasado como jefe montonero, ¿pesan más los arrepentimientos o las reivindicaciones de los hechos que protagonizó su organización?–Arrepentimiento es una palabra que no uso. Sí tengo muchas autocríticas. Pero no me autocritico ni me arrepiento del camino tomado. El que no reconozca error en su vida, allá él. Pero el camino que elegí me parece absolutamente legítimo.

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Entrevista a Ceferino Reato, autor de Operación Traviata“Hay una demanda de verdad sobre los crímenes de los Montoneros”Por T.E.Ceferino Reato es autor de Operación Traviata, el libro con el que se planteó dar con la verdadera historia detrás del asesinato del dirigente sindical José Ignacio Rucci. En su tapa se destaca una elogiosa frase –a modo de breve prólogo– del columnista de La Nación Joaquín Morales Solá. En un extracto de la misma señala: “Quizá sea impolítico ahora investigar el crimen de José Rucci en tiempos en que no se habla de los asesinatos de la organización Montoneros”.El libro tuvo repercusión y venta, y es una pieza importante en el debate que se abrió por estos días sobre si los muertos que dejó el accionar guerrillero deben ser considerados crímenes de lesa humanidad. Reato responde: “No tengo una opinión formada, quiero escuchar qué dice cada sector. Algunos sostienen que no, porque no fueron crímenes cometidos por un organismo estatal. Luís Moreno Ocampo, en cambio, dice que sí, que los grupos guerrilleros pueden cometer crímenes de lesa humanidad. Hay quienes señalan que depende de cuándo se firmó el Estatuto de Roma (N. de R.: se firmó en 1998, en la Conferencia Plenipotenciaria de la ONU, donde se estableció una Corte Penal Internacional, encargada entre otros temas de los crímenes de lesa humanidad). No tengo información jurídica. Mi objetivo con el libro no es el tema judicial. No soy ni juez, ni fiscal, ni policía. La verdad es lo más importante, ese es mi objetivo”.–¿Qué implicancias políticas tiene este tema?–No es sólo un caso jurídico. En la Argentina, como en otros países, estos casos tienen un contenido político muy fuerte. Los jueces y fiscales ven cuál es el clima político para decidir. Hace un año, el clima político estaba más hegemonizado por el kirchnerismo. Ahora hay otra cuestión. En dos años el clima será distinto. Desde un punto de vista progresista, no hay que dejar este tema a la derecha antidemocrática autoritaria. La democracia, que va a cumplir 25 años, debería dar una respuesta: hay una demanda de verdad sobre los crímenes de los Montoneros o del ERP.–¿Cree que el libro hace un aporte a la reconciliación histórica?–No lo sé. Uno es un periodista, los objetivos son modestos. Y la verdad es importante. Tenemos instrumentos como el secreto de fuentes, que bien usados pueden servir mucho. Eso sí, como decía antes, hay que tener cuidado para que el develar cosas alrededor de los crímenes de la guerrilla no sea utilizado para inhibir todo lo bueno que hemos avanzado en investigar los crímenes del Estado, en juzgar a los responsables, en saber cómo fue la represión y en identificar los restos de los desaparecidos. Y completar ese paradigma con otro, que nos permita averiguar por los errores y crímenes de la guerrilla.–Usted trabajó como asesor de Esteban Caselli en la embajada argentina en el Vaticano durante el menemismo. ¿Cómo valora la prédica eclesiástica a favor de la reconciliación?–Sí, fui asesor de prensa, pero no soy un hombre de la Iglesia. Soy católico. Tengo dos divorcios, mi pertenencia es bastante limitada. Sé cómo piensa la jerarquía eclesiástica, ese es un diseño de una institución poderosa que no me alcanza a mí. Además, el libro, si tiene una virtud, es que está parado en la ausencia de intereses. La gente percibe eso, no está hecho por un sector sindical, por la familia Rucci. Es un libro histórico sobre un tema que había quedado sepultado. Y hay algo: la gente quiere saber cuáles fueron los crímenes de la guerrilla. Si los sectores progresistas son hábiles, tienen que poder satisfacer esta demanda.

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Rucci y López
Por Horacio Verbitsky
Avanzan a buen ritmo las operaciones para deslegitimar y/o detener los juicios por los crímenes del terrorismo de Estado que desde hace muchos años impulsan los organismos defensores de los derechos humanos y que en 2008 se extendieron a todo el país con condenas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Tucumán, Córdoba, La Plata y Corrientes. En los últimos días hubo manifestaciones teóricas y prácticas de este intento regresivo. Un editorial del diario La Nación sostuvo que era insostenible la doctrina de la Corte Suprema de Justicia respecto de los crímenes de lesa humanidad. Llegó a insinuar que los jueces terminarían siendo cómplices de crímenes de lesa humanidad si no revisaran esa jurisprudencia, por la cual la persecución penal se limita al Estado y no se extiende a quienes militaron en organizaciones político-militares. En forma casi simultánea, el hijo del coronel Argentino del Valle Larrabure sostuvo que las guerrillas eran organizaciones paraestatales argentino-cubanas, de modo que los delitos cometidos por sus miembros tampoco habrían prescripto. El periodista Ceferino Reato publicó el libro Operación Traviata, en el que confirma lo que hace muchos años se sabe, sobre la autoría montonera del asesinato del secretario general de la CGT José Ignacio Rucci en 1973. Sostiene que dos de las personas que participaron no fueron desaparecidas ni asesinadas después por la dictadura. Los hijos de Rucci, con el patrocinio del ex ministro duhaldista Jorge Casanovas, pidieron conocer quiénes son esas personas, que Reato no nombra. El secretario general de la CGT Hugo Moyano los apoyó, el fiscal Patricio Evers dictaminó a favor de esa pretensión y el juez Ariel Lijo dispuso reabrir la causa, incorporar el libro como prueba y citar como testigo al autor. Todo esto ocurrió en el lapso de diez días. Si identifica a los presuntos responsables, Lijo deberá decidir si puede procesarlos o los 35 años transcurridos han hecho cesar esa posibilidad. Al mismo tiempo que estas cosas ocurrían en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en La Plata la esposa y los hijos de Jorge Julio López, patrocinados por los abogados Alfredo Gascón y Hugo Wortman Jofré, en nombre de una Fundación Soporte, querellaron a los jueces del tribunal que condenó a Miguel Etchecolatz, a los fiscales y a los organismos defensores de los derechos humanos que intervinieron en representación de López, porque sabían que corría riesgos y omitieron protegerlo. Esta extraña presentación afirma que López “jamás militó ni adhirió a ninguna agrupación subversiva” y que sólo acudía a una Unidad Básica para realizar “actividades sociales y comunitarias”. En el juicio el albañil dijo que había pertenecido a Montoneros y acusó a Mario Firmenich de haberse llevado el dinero de la organización, dejando inermes a los militantes. Gascón fue abogado defensor del banquero Pablo Trusso, del juez Amílcar Vara cuando fue destituido por encubrir las desapariciones del estudiante Miguel Bru y el obrero Andrés Núñez, a manos de policías bonaerenses. Ahora defiende a la mujer policía que noviaba con uno de los tres policías asesinados en la planta transmisora de La Plata y con uno de los sospechosos del crimen. Wortman Joffré es el socio de Luis Moreno Ocampo que quedó a cargo del estudio cuando el ex fiscal asumió en el Tribunal Penal Internacional, desde el que también intenta equiparar los atentados de la guerrilla con los crímenes de lesa humanidad cometidos por los estados, prescindiendo de la fecha en que ocurrieron. Desde los juicios de Nuremberg al terminar la Segunda Guerra Mundial hasta el tratado de Roma, de 1998, la distinción era nítida. Con pocos días de diferencia a esta denuncia la Policía Federal elevó al turbio juez Arnaldo Corazza una propuesta de utilizar “técnicas de perfilación criminal” para realizar una “autopsia psicológica de López” y así conocer “su personalidad y su entorno socio-familiar, focalizando en los últimos días de su vida y sus factores de riesgo”. La propuesta, con participación de la Gendarmería, de la policía judicial de Córdoba, de un profesor de la Universidad de Buenos Aires y de la Policía Federal de Investigación Criminal de Alemania consiste en reunir elementos “para hacer inferencias sobre el estado mental de la persona bajo estudio” y “sospechar los motivos de su ausentismo”. Para ello estudiarían todas las declaraciones de López y entrevistarían a “familiares y a personas allegadas”. En un reportaje acerca de la reapertura de la causa Rucci el ex jefe montonero Roberto Cirilo Perdía dijo que se intentaba reimplantar “en los niveles más altos la teoría de los dos demonios” y señaló como responsable al poder económico, sector “que los Kirchner no afectaron en lo más mínimo” y cuya “reaparición se produce frente a un gobierno que se está yendo, que está perdiendo su fuerza”.
Página/12, 28/09/08