Opinan Julio Blanck, Héctor D´Amico, Luis Bruschtein, Diego Schurman y Edi Zunino
De izquierda a derecha: Edi Zunino (Perfil), Héctor D´Amico (La Nación), Luis Bruschtein (Página/12), Julio Blanck (Clarín) y Diego Schurman (Crítica).
¿Es creíble una información que publica un diario en su portada que tiene como sustento sólo fuentes sin identificar? ¿Qué diferencia hay entre el “off the record” y la “background information”? DsD plantea aquí el debate. Qué dijeron al respecto Javier Darío Restrepo, Daniel Santoro, José Claudio Escribano, Martín Caparrós y Beatriz Sarlo. Los editores de los matutinos afirman que la información proveniente de fuentes anónimas se publica siempre y cuando sea chequeada. Y admiten que a veces es un recurso para hacer “operaciones de prensa”.
En los últimos años, los diarios argentinos exacerbaron una práctica cuestionable: editar títulos principales de tapa basados en información brindada por fuentes anónimas. Adelantos de medidas oficiales, supuestos “planes” que el Gobierno pondrá en marcha, críticas que se le atribuyen a determinadas organizaciones pero que nadie se hace cargo (el FMI, el “establishment”, el Club de París, el “sector energético”), pistas en resonantes casos policiales; todos esos temas y muchos más son trasladados por los diarios, desde sus espacios centrales de tapa, a los lectores sin que éstos puedan establecer el origen de la información.
Las noticias que llegan a títulos de tapa sustentadas sólo en fuentes anónimas generan algunas dudas. En el mejor de los casos, si el diario no está siendo vehículo de “operaciones” de alguien que no quiere aparecer con nombre y apellido impulsando, o bien información, o bien una visión sobre determinados hechos, que el diario legitima al hacerla pública. En el peor de los casos, es que el diario sea parte interesada en esa “operación”.
La otra duda que generan es sobre la calidad de esos datos. Teniendo en cuenta que son editados con fuentes no identificables, la noticia puede ser desmentida sin mayor dificultad. Lo que deja en “off side” tanto al medio que difundió la información como al periodista que escribió la nota. Ergo, el lector no sabe si debe creer la noticia publicada con fuente “en off” o la desmentida hecha por alguien con nombre y apellido.
Para este trabajo, Diario sobre Diarios (DsD) tomó como ejemplo sólo a los diarios “generalistas” (Clarín, La Nación, Página/12, Crítica y Perfil), dejando de lado a los financieros, no porque éstos no incurran también es esa práctica, sino para acotar la muestra. De los matutinos elegidos, además, se pondrá un ejemplo de título principal sustentado en fuente anónima, ya que es sólo para ilustrar el tema. Pero para cualquier lector que quisiera profundizar sobre esto, DsD tiene en sus relevamientos una base de datos propia sobre todos los títulos principales de los diarios que están basados en un “off the record”.
Algunas aclaraciones
Antes de entrar en los detalles del trabajo, son necesarias algunas aclaraciones. En primer lugar, no se trata de hacer aquí un cuestionamiento a ningún diario en particular ya que es una práctica recurrente en todos los matutinos, como así también en las revistas especializadas en política y economía.
Tampoco se cuestiona el uso de la fuente anónima. En más de una oportunidad, para los periodistas la única forma de acceder a diversos datos es mediante el “off the record”. Y que sea bajo esa modalidad no implica que la información sea inverosímil. El dilema es cuando una nota de estas características, en lugar de ser un acompañamiento de noticias con fuentes identificables, pasa a ser el centro de la información y alcance el título principal de tapa. Es allí donde se da la exacerbación de su uso. El problema no es del periodista que en sus pesquisas rutinarias recurre a la fuente anónima, sino del editor que decide jerarquizar esa noticia.
También está la exacerbación dentro del texto. Hay varios ejemplos de notas en donde la información que sustenta el título está brindada por una fuente no identificada y los informantes que “confirman” la información, también son anónimos. Es decir, la información la brinda una fuente en “off” y el chequeo se hace con otras fuentes también en “off”. Un verdadero engendro informativo.
Los ejemplos
Como se dijo antes, se recurrirá sólo a un ejemplo de cada diario, aclarando que son innumerables los títulos de tapa que se construyen en base a fuentes anónimas. También como ya se mencionó, estos ejemplos no tienen como objetivo cuestionar la labor de los periodistas que firman las notas. A lo sumo reflexionar sobre la jerarquización que definen los editores.
Clarín, el pasado 15 de septiembre, editó como título principal de tapa “Antonini podría venir a declarar al país por la valija” con la bajada “Se lo contó a Clarín una fuente de inteligencia de EE.UU. en Miami”. La nota la firmó la corresponsal del diario en Washington, Ana Barón, quien señaló como origen de la información a “un agente de inteligencia en Miami”.
La Nación editó el 4 de septiembre como título principal “El Club de París le reclama al país una deuda mayor”, con la bajada “Afirmó que es de U$S 7.900 millones, 1.200 millones más de lo que quiere pagar el Gobierno”. La nota la firmó Luisa Corradini, corresponsal del diario en Francia, y cómo origen de la información mencionó a “fuentes oficiales del grupo (el Club de París)” en la portada, y a “fuentes oficiales y privadas en Buenos Aires” en la nota.
Página/12 el 12 de septiembre de 2007 editó como título principal “Las cuentas de Cristina”. En la bajada señaló: “Exclusivo: Adelanto del Presupuesto 2008. Economía ya cuenta con los números para el próximo año. Tiene que presentarlo al Congreso en septiembre. Está pensado para ser el primero de Cristina Kirchner, si gana las elecciones. Mantiene un crecimiento y una inflación moderados y pone el acento en infraestructura y salud”. La nota la firmó Roberto Navarro, quien señaló que “Página/12 tuvo acceso al documento que ya está sobre el escritorio del presidente Néstor Kirchner”, sin identificar la fuente.
El pasado 7 de septiembre, Crítica editó en su tapa “Forza era de la DEA”, en referencia al empresario asesinado Sebastián Forza. En la bajada de tapa afirmó: “Fue reclutado para la agencia por Julio Pose, su guardaespaldas”. La nota la firmó Cristian Alarcón, quien mencionó como una de sus fuentes a “un viejo investigador de la Policía Federal”. Dijo que la información le fue confirmada por “tres fuentes de fuerzas de seguridad y cuatro fuentes de la Justicia Federal”, y más adelante señaló como fuente a “un hombre de uniforme”.
El domingo 14 de agosto Perfil editó como título principal de tapa “Ahora Suiza investiga a la empresa del tren bala por sobornos en la Argentina”. En la bajada, usó el potencial para afirmar que “el juez Ernest Roduner tendría indicios de pagos de coimas”. El periodista que firmó la nota fue Juan Gasparini, desde Ginebra, Suiza, y mencionó como fuente a “denuncias e investigaciones judiciales en curso” que no precisó.
Hablan los periodistas
Para conocer cómo se vive este dilema –si es que existe- dentro de las redacciones, DsD consultó a los siguientes editores de los diarios: Julio Blanck (Editor jefe de Clarín), Héctor D´Amico (Secretario General de redacción de La Nación), Luis Bruschtein (subdirector de Página/12), Diego Schurman (editor de Política de Crítica) y Edi Zunino (Secretario General de redacción del periódico Perfil). A todos ellos se les mandó un cuestionario de dos preguntas referidas a la temática.
Algo para destacar: todos los periodistas consultados accedieron amablemente a participar del debate y muchos de ellos mostraron el interés que les despierta el tema y en particular la discusión al respecto.
Una aclaración: Blanck y Bruschtein englobaron las dos preguntas en una misma respuesta, por lo que su texto se edita sólo debajo de la primera pregunta.
A continuación, entonces, las preguntas de DsD y las respuestas de los editores.
1- ¿Cuáles son los criterios que aplica su diario para que una noticia basada en fuentes anónimas se convierta en el título principal de tapa?
Julio Blanck:
Para responder a estas preguntas primero deberíamos definir a qué llamamos “fuentes anónimas”.
¿Son aquellas que se definen más o menos genéricamente? Por ejemplo, “fuentes del Gobierno”, “fuentes oficiales”, “fuentes del juzgado”, “fuentes de la investigación” ¿O consideramos anónimas a las que diluyen cualquier identificación posible, y por lo tanto la atribución de la información? Por ejemplo “los analistas dicen”, “observadores consultados”, “trascendió que”, “pudo saberse”, u otras por el estilo, hasta el punto de crear artificialmente fuentes testimoniales.
Hay otras categorías posibles, pero se puede sostener la respuesta considerando estos dos grandes grupos.
Existe consenso en la profesión -que trabaja con noticias en concreto, en tiempo real, con compromisos de edición y publicación, con parámetros de competencia y horarios de cierre- acerca de que el uso del primer tipo de fuentes mencionado no es considerada anónima. Yo soy parte de ese consenso mayoritario.
El segundo grupo de fuentes son sólo presuntas fuentes, escondites en los que algunos periodistas, que no son pocos, suelen refugiarse para “bajar línea” propia o dictada, o sencillamente para decir lo que piensan sobre un tema, presuntamente de modo distante, sin jugar la opinión ni la firma.
La identificación con nombre y apellido de la fuente siempre es deseable. Cualquiera que haga periodismo real sabe que nada tiene más fuerza que una noticia emitida por una fuente perfectamente identificada. Pero la experiencia muestra que cuanto más sensible es la información, de cualquier carácter que sea, más reacias son las fuentes a aceptar ser identificadas.
Ellas se escudan en el “off the record”. Y nosotros proponemos y aceptamos a la vez esa regla, porque es el camino que nos acerca a la noticia en los tiempos que nuestras ediciones exigen. ¿Qué se pone en juego con la publicación del “off the record”? La credibilidad del medio y la del periodista.
Tenemos un riesgo, que desde el punto de vista profesional es una ventaja: la credibilidad se construye muy pausadamente, cada día un ladrillo. Y esa pared laboriosamente levantada puede caerse en un minuto si el compromiso de verosimilitud del medio/periodista con el público resulta traicionado o defraudado.
En esos términos, digo que Clarín no utiliza fuentes anónimas. Por el contrario, las identifica fehacientemente cuando es posible hacerlo, y cuando no es posible aproxima todo lo razonable esa identificación.
Además, nos preocupamos por consignar la atribución de fuentes, en los elementos de edición y primera lectura cuando es posible, y siempre en los textos.
Las omisiones que pueden producirse, y se producen, y debemos corregirlas, son atribuibles a errores en la manufactura del texto y la edición, nunca a la falta de fuentes confiables en las que basar nuestra información.
La prueba decisiva, siempre, es la posibilidad de comprobar cuánto de lo publicado se corresponde, antes o después (se recomienda el antes, en aras de la calidad de vida de cronistas, redactores y editores), con la realidad. Aún entendiendo que lo que llamamos “realidad” suele ser el conjunto de informaciones transformadas en noticias, a sabiendas que el universo es bastante más amplio que esto.
Héctor D´Amico:
Primero una aclaración útil: ningún editor de diario recurre a una fuente anónima para sostener una noticia si puede evitarlo. Es así de simple. Las fuentes anónimas, de manera casi inevitable, son fuente de suspicacias, algo que quienes están al frente de los medios saben muy bien. Otra aclaración necesaria, entiendo, es recordar que existen reglas bastante claras para decidir la utilización –o no- de una fuente anónima.
El Manual de Estilo y Ética Periodística de La Nación (cito el ejemplo que tengo más a mano, pero hay muchos otros), explica, de manera bien sencilla, que siempre que sea posible se debe identificar en una crónica la fuente o las fuentes de la información para hacérselas conocer al lector. Pero si aceptamos resguardar la identidad de la fuente, esta nunca puede ser revelada fuera de la redacción.
Otra de las reglas es que el periodista trate de confirmar la información consultando a otras fuentes.
Salvo en situaciones muy especiales, como el caso de testigos en peligro o de menores cuya identidad está legalmente resguardada, no se deben utilizar seudónimos para proteger una fuente.
La decisión para que una noticia originada en fuentes anónimas ocupe un lugar en la tapa o en las páginas interiores del diario está basada, en última instancia, en la confiabilidad que el periodista, el editor y, llegado el caso, las máximas autoridades de la Redacción tengan en la noticia y en la fuente que la proporciona. Dicho esto, conviene aclarar que numerosas informaciones originadas en fuentes anónimas y confiables finalmente no son publicadas por el diario.
Luis Bruschtein:
Este fue uno de los temas que discutimos cuando empezamos el diario porque nos parecía que el abuso de las fuentes anónimas y todos los eufemismos que se podían utilizar para encubrir el origen de una información se había convertido en un vicio profesional. Lo seguimos respetando cuando se trata de una denuncia sobre corrupción o alguna investigación periodística que alude a faltas éticas o delictivas.
Pero a medida que la democracia fue acumulando años, al mismo tiempo se fueron generando formas de comunicación nuevas, sobre todo en el plano de lo político y público. Los funcionarios y los políticos han ido institucionalizando las charlas en off y todas sus variantes al punto que es fácilmente identificable la fuente cuando se utiliza una alta fuente del gobierno o del riñón de tal corriente o partido. Institucionalizarla quiere decir que en la práctica se trató la mayoría de las veces de información cierta y verificable. Por lo general, los funcionarios clave, los cuadros legislativos y dirigentes partidarios se reúnen periódicamente con los periodistas en una práctica que se ha vuelto más común que la conferencia de prensa que, por supuesto, es un mecanismo más democrático.
Pero debemos reconocer la responsabilidad que nos cabe a los periodistas en la instalación de esta práctica por la competencia por la información exclusiva. Con este sistema de las charlas en off, quedan en situación más desfavorable los medios pequeños, porque este mecanismo permite a los medios más grandes condicionar la circulación de la información (la publico si no se la das a nadie más).
El otro aspecto delicado de este funcionamiento son las operaciones políticas. Por ejemplo: Más de una vez una alta fuente del gobierno nos anunció que tal o cual funcionario seria desplazado en forma inminente. La información no era cierta. Lo que sí había era una lucha de poder muy fuerte entre este funcionario y el que se anunciaba como desplazado. Si hubiéramos publicado esta información, sólo nos hubiéramos sumado a una campaña en el marco de una disputa de poder. Y hubo otras situaciones parecidas en las que preferimos no publicar o simplemente dar cuenta de esa lucha de poder.
En resumen, podemos usar esa fórmula sobre las fuentes, en informaciones de tapa, sobre todo cuando son adelantos de medidas o acciones políticas, pero siempre buscamos otros mecanismos de confirmacion diversificados que nos permitan evaluar la verosimilitud de la información en cuestión.
Diego Schurman:
Para que la información se incorpore a una nota debe estar chequeada con al menos tres fuentes. En muchos casos esta norma tampoco garantiza el 100 por ciento de rigurosidad de la información. Por eso, a diferencia de otros medios, Crítica de la Argentina ofrece por primera vez en el país la posibilidad de ejercer el derecho a réplica que, aunque reconocido por la Corte Suprema de Justicia, aún no ha sido reglamentado.
Edi Zunino:
Básicamente, cuando la fuente es considerada irrefutable; o cuando, aun siendo verosímil, requiere que el dato sea chequeado con otras dos fuentes preferentemente inconexas con la fuente original. No es, de todos modos, el recurso más frecuente para los títulos de tapa. La última vez que eso ocurrió en Perfil, fue cuando se anunció: Alberto Fernández se va del Gobierno, agregando que lo haría tras el debate de las retenciones agropecuarias en el Senado y antes de fin de mes, tal cual ocurrió. La fuente original era irrefutable, y si bien nadie confirmó el dato concreto, si hubo más fuentes que narraron circunstancias coincidentes con los tiempos y las formas de la información original.
2- Existe cierto consenso académico que señala que no revelar la identidad de la fuente debería ser la excepción para cuando “está en juego la democracia” o “la vida o el trabajo de una persona”. ¿Por qué cree usted que el periodismo argentino la utiliza para temas o hechos mucho menores que esos?
Héctor D´Amico:
La expresión “periodismo argentino” me resulta un tanto imprecisa, como hablar de la moral de los argentinos. Basta con verificar las diferencias notables que existen en el tratamiento que le dan a la misma noticia, los diferentes canales abiertos de televisión, radios, periódicos gratuitos, blogs, cable, revistas y los diarios. Quizás sea aconsejable analizar a cada medio en forma individual y no a la profesión como un todo. En el caso de La Nación no alentamos o desalentamos la utilización de las fuentes anónimas según la noticia. Las normas para el uso de fuentes anónimas rigen para todo el diario. Por supuesto, cuando se trata de casos como los sobornos en el Senado, Skanska, la financiación de las campañas políticas o la valija de Antonini Wilson, el esfuerzo por verificar y cotejar cada dato con la mayor cantidad de protagonistas o testigos de la historia es más intensa, rigurosa. Cuando el diario destaca un tema en la portada no sólo informa al lector, también avala la noticia.
Diego Schurman:
El consenso académico no es el consenso empresario. La búsqueda de la calidad se enfrenta, en un mercado multimediático cada vez más competitivo, con la necesidad de difundir primicias. Una de las razones del abuso de los off the record obedece, entonces, a la presión de los medios sobre los periodistas. Otra, a la necesidad de aquellos de hacer prevalecer sus propios intereses simulados en un artículo periodístico. Pero el análisis no puede ser lineal. En muchos casos se trata de un pésimo hábito de la profesión, sobre la cual tenemos la responsabilidad de poner coto para evitar complicidades en operaciones políticas.
Edi Zunino:
También hay, hoy en día, cierto consenso académico en que los medios representan a una ueva derecha supuestamente interesada en el desgaste de la gestión Kirchner. Los cientos de firmas de intelectuales, en gran medida universitarios, que respaldan el movimiento denominado Carta Abierta así lo indicarían. Y eso no quiere decir que dicho consenso se base en datos indiscutibles. Es la ley argentina la que permite a los periodistas el resguardo de sus fuentes informativas.
Desde luego que la protección de la seguridad física o el resguardo de la fuente de trabajo de una fuente son las razones más dramáticas para que el periodista o el medio opten por mantener ese anonimato, siempre pedido por las fuentes y secundario a la hora de evaluar si determinada información encierra una noticia de interés general. Pero no son las únicas razones. La tranquilidad de esa persona o su deseo de evitar la exposición pública pueden ser otros motivos atendibles por parte del intermediario, a quien, vale insistir, siempre se le impone o por lo menos solicita el off the record como condición para brindar aquella información. Lo correcto en todos los casos sería poner al tanto al lector sobre cuáles son los motivos para mantener anónimo al emisor de la noticia, e incluso si el motivo es su propia hipocresía.
No creo que haya off patrióticos y off frívolos, para exagerar los términos a fin de ser explicativos. Lo que hay son noticias más relevantes que otras. Es posible, claro, que cierta simpatía o amistad con las fuentes por parte de ciertos periodistas termine convirtiendo en normal y habitual lo que debería ser excepcional. También es posible que ciertos periodistas especulen con que poner alguna cosa en boca de quien se las dijo impida que esas mismas fuentes vuelvan a atenderlos, o a subirlos al Tango 01 o a invitarlos al próximo cóctel. En eso pueden pesar la impericia, la falta de autoestima o la deslealtad hacia los lectores. Ahora bien, si en el marco de un off the record una fuente confiesa su participación en determinado hecho ilícito, mi postura es que eso no es un off, ya que la misma preservación de la fuente evitaría que la noticia se conozca. Es decir, ¿quién robó o quién mató o quién coimeó?
Aún así, resultaría temerario no tomar ciertos resguardos periodísticos antes de publicar la noticia. Porque todo podría quedar limitado a una polémica entre la palabra del emisor y la del periodista, quien, además, deberá exponerse a explicar ante un juez que no tuvo mala intención a la hora de publicar. El uso posterior de cámaras ocultas, por ejemplo, podría estar bien justificado en casos así.
Otras miradas
El maestro de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), el colombiano Javier Darío Restrepo, afirma en su libro “El zumbido del moscardón” (FCE, 2004): “Guardar el secreto profesional eleva el prestigio moral del periodista. Pero esa opinión pierde fuerza cuando escuchamos los casos de abusos de reporteros que, escudados en su secreto profesional, disimulan la inexistencia de fuentes o utilizan informaciones de fuentes sospechosas o nada fiables. El criterio que se ofrece para dar una dimensión justa al tema, es que la reserva de la fuente debe ser una práctica de excepción y no una norma general. Sólo en los casos que implican una información de relevancia social o ponen en peligro su vida o su trabajo, se justifica el pacto de reserva. Lo normal es que el lector sepa quién es la fuente y por qué fue consultada”.
El Código de Ética del Foro del Periodismo Argentino (Fopea) establece en su artículo 7 que “los métodos para obtener información merecen ser conocidos por el público” y en el 8 que “en casos de necesidad, cuando no exista otra forma de obtener una información, el periodista puede acordar con la fuente que no será identificada, es decir, que su testimonio estará bajo un convenio de ‘off the record’. Las condiciones del diálogo establecidas al comienzo de la conversación serán estrictamente respetadas por el periodista, sin que la catadura moral del entrevistado justifique el incumplimiento de lo pactado. En el caso de que se conviniera con la fuente, el concepto del ‘off the record’ debe ser tomado en la forma más extensiva, que impide no sólo identificar al informante sino también publicar el contenido de la información suministrada”.
El periodista de Clarín, Daniel Santoro, en su libro “Técnicas de Investigación”, editado por la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, en septiembre de 2004, dice sobre el “off the record”: “La obligación última del periodista es con los lectores. Por eso tenemos que ofrecer la mayor cantidad de pistas para que ellos puedan inferir de qué sector provino lo que publicamos, y citar siempre una fuente, excepto que hacerlo ponga en peligro la estabilidad de su trabajo o la vida del informante”.
Agrega Santoro: “Nunca hay que romper los acuerdos off the record, salvo excepciones: si está en juego la democracia o la vida de una persona; o si la fuente deliberadamente nos dio información errónea para usarnos en alguna maniobra. En ese caso, enfrentamos el deber de aclararle al lector que la información era falsa y desenmascarar a quien nos usó”.
En esta Zona Dura de julio de 2005 se puede leer el debate que se dio en los Estados Unidos sobre el “privilegio” de los periodistas de manejar fuentes anónimas.
El pasado 5 de septiembre, Martín Caparrós firmó en Crítica una nota titulada “Códigos” en donde –con su habitual sarcasmo- señaló: “Los periodistas tenemos códigos: el off the record, ese invento nefasto, en el que garantizamos impunidad al que nos habla pero no quiere hacerse cargo de lo que dice, es una muestra. O sea: decimos que decimos la verdad, pero para que nos digan la verdad tenemos que garantizar a quien nos la dice que no vamos a decirla –no toda, por lo menos”.
En tanto, en una nota publicada en noviembre de 2004 en la desaparecida revista Poder, la ensayista Beatriz Sarlo consideró que “el secreto de la fuente es un ‘caso límite’ del ejercicio del periodismo ya que, habitualmente, la noticia no supone ni impone ese secreto”. Agregó que es un ‘caso límite’ “porque en relación con una fuente secreta, el periodista y sus lectores ocupan niveles diferentes: el periodista sabe más de lo que puede decir, los lectores saben menos de lo que el periodista sabe”. Dijo que “esta situación desigual, que es aceptable sólo para noticias que la exigen por su importancia (los sobornos en el Senado y no los repetidos dimes y diretes del peronismo bonaerense) tendría que alertar sobre las complejas operaciones de creencia implicadas en el hecho de comunicar una noticias cuya fuente deba permanecer secreta”.
El 13 de noviembre de 2004, el entonces subdirector de La Nación, José Claudio Escribano, publicó una nota titulada “El peligroso deporte de inducir al error a la prensa”. Allí señaló: “Lo que en la Argentina se entiende por off the record es, en realidad, background information, por el cual un periodista queda habilitado por su informante para publicar un cierto contenido con el compromiso de no atribuirlo a nadie en particular. El off the record genuino es, en cambio, expresión de un consenso entre informante y periodista por el que se pone a éste al tanto de algo, pero con la salvedad de que no sólo quedará inhabilitado para atribuirlo a alguien en particular sino que, además, deberá abstenerse de propalar lo que de esa forma haya sabido. Un ejemplo clásico sería el de los periodistas notificados con anticipación de la voluntad militar de invadir las Malvinas y se abstuvieron de hacerla pública fundados en razones de seguridad nacional y en el hecho de que quedaría expuesta la vida de soldados argentinos”.
En tanto, en una Zona Dura publicada en noviembre de 2005 , DsD ya advertía lo siguiente:
“En el periodismo argentino, según diversos autores, hay una crisis del ‘off the record’. De hecho, existen distintas interpretaciones de lo que implica. Para algunos es información que se puede publicar, aunque sin mencionar la fuente y esta es la acepción más extendida. Para otros, constituyen datos que sólo sirven para orientar al periodista, pero que no se pueden publicar bajo ningún concepto.
Desde hace un tiempo hasta hoy, en la Argentina, parecería haber emergido una nueva figura: la ‘fuente privilegiada’, que supone que la información que se brinda no hace falta chequearla debido a la jerarquía de la fuente. Es decir, si el Presidente o una alta autoridad del Gobierno, le transmite algo a un periodista, no hace falta chequearlo porque se supone que desde tan altas esferas no se pueden transmitir mentiras u operaciones. Otra particularidad que tiene la ‘fuente privilegiada’ es que la información que brinda es pasible de ser desmentida por la propia fuente, dejando incluso al periodista o al medio desguarnecido.
Hay un caso internacional paradigmático de esta figura: cuando el diario español El País tituló –en base a una fuente anónima- que los atentados en la estación Atocha fueron obra del grupo separatista vasco ETA. Luego de que se supo que era falso, el director del diario, Juan Luis Cebrián, dijo que el propio presidente José María Aznar fue quien le había transmitido la información.
En nuestro país hubo innumerables títulos de diarios editados con esa lógica y sobre hechos de mucha menor relevancia que los atentados de Atocha. Quizá el paradigmático sea el anuncio de inversiones chinas en la Argentina por 20.000 millones de dólares, que los diarios publicaron porque la información la transmitieron ‘altas fuentes del Gobierno’. Cuando el hecho al final no sucedió, el propio Kirchner acusó a la prensa de haber publicado ‘una novela’. El día en que esas ‘altas fuentes’ anunciaron a los diarios las ‘inversiones chinas’, ningún medio tomó el mínimo recaudo y lo publicaron dándolo por cierto porque se trataba de una ‘fuente privilegiada’”.
El 6 de julio de 2005, el editor general de Clarín, Ricardo Kirschbaum disertó en el marco de un seminario por los 60 años del matutino. Allí señaló que “los periodistas somos vehículos de operaciones políticas permanentes porque también las permitimos”. Explicó que en la Argentina las fuentes, cuando hablan con los profesionales, lo hacen con “el amigo”, en vez de hacerlo con el periodista.
El tema de la fuente anónima fue tratado también en el congreso de Fopea del 2006. Allí también disertó Kirschbaum y afirmó que “no se puede hacer periodismo político ni periodismo de investigación sin fuentes anónimas. Soy conciente que la fuente anónima puede ser una trampa, pero a veces es la única forma de acceder a determinada información. Yo tengo una cartera de fuentes anónimas y todos los periodistas del diario también. Una vez que confirmamos que la información es cierta, la publicamos”. Aunque concedió que “hay ciertos periodistas que son adictos a las fuentes anónimas para realizar una acción de propaganda que beneficie a algún sector político o económico”.
A modo de conclusión
Como se puede observar en las respuestas de los editores, hay diversas interpretaciones tanto en lo que se refiere a una “fuente anónima” o un “off the record” como en las condiciones para su utilización. También los periodistas hicieron mención a la posibilidad de que a través de una nota basada en un “off the record” exista la posibilidad de que el matutino sea víctima de una “operación de prensa”. Ninguno consideró la posibilidad de que el medio sea parte interesada en esa “operación”.
El tema está planteado, el debate está abierto y seguramente no terminará aquí. Alguna vez tendrán que ser las audiencias las que opinen en forma pública y clara sobre la credibilidad que le asignan, en primer lugar a los medios, y en segundo, a la información que esos medios publican en base a datos aportados por alguien que no quiere dar la cara y que el medio, al hacerlo público, lo legitima.
¿Se lo preguntarán los diarios a sus lectores?
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