Estas decisiones marcan un cambio histórico. Trump ahora dice rechazar la imposición de modelos políticos ajenos a la identidad de cada nación. Parece entiende que la soberanía de cada Estado constituye la base de un orden mundial justo y equilibrado. Lo que debe imperar es la influencia y no la intervención directa.
Ahora observan sus asesores que la etapa intervencionista de las últimas décadas dejó un rastro de destrucción: billones gastados, vidas perdidas y nuevos enemigos. Afganistán, Irak, Libia o Siria son testigos del desastre. Con Ucrania sus servicios de inteligencia militar reconocen que no tiene más destino que una derrota.
Ya no pueden seguir financiando guerras eternas ni sosteniendo regímenes artificiales. Por pragmatismo económico y adaptabilidad al nuevo orden. Durante su discurso en Riad (Arabia Saudí), Trump reconoció el fin de la era de los “constructores de naciones”, “...que destruyeron muchas más de las que construyeron”, reconoció. “La paz, la prosperidad y el progreso surgen del respeto a las tradiciones nacionales, no del rechazo a la herencia propia”.
Estas declaraciones confirman una ruptura total con el establishment globalista de Washington. Comienza una era en el orden internacional con nuevas realidades de naciones y nuevos bloques de poder.
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