lunes, 24 de noviembre de 2008
serrat, la moda y la política
Autor: Orlando Barone
“Yo nunca estuve de moda”, dijo Joan Manuel Serrat. Y atribuye su resistencia a ese “no haber estado de moda”. El pintor Antonio Berni decía: “La vanguardia actual es la retaguardia de mañana”. Hoy se podría decir que hay un público de temporada, uno de años y otro de siglos. Y está el público de la eternidad que solo le es fiel a los Sócrates. Es que lo que vale para un vestido, no vale para el arte ni para la vida. Sería estúpido seguir la tendencia de un tipo de amor o de un comportamiento sexual porque están de moda. Pero de hecho hay épocas en que una acrobacia se usa más que otra. Ahora mismo hay un recurso que hace furor entre los jóvenes. Acierten. La moda tiene una atracción irresistible. Porque nos tranquiliza más estar en la manada que arriesgarnos solos, como individuos. La sociedad de consumo se somete y se entrega a ese encantamiento. La publicidad lo amplifica. No hace falta imaginar qué inmenso tacho de basura sideral contiene todas las modas pasadas y olvidadas. Qué ha sido de canciones y ritmos que durante décimas de segundo de la historia humana causaron revuelo y hoy ni siquiera son nostalgia. Nombres de cantantes que cubrieron la escena hasta el hartazgo y que ya no se sabe si hartaron o si existieron. Cada uno- según la edad y según su pasado- tiene su propio tacho de residuos de modas enterradas. Hasta un niño que gatea tiene su propia y breve nostalgia de juguetes y golosinas inconstantes. Por eso cuando Serrat dice que él nunca estuvo de moda se quiere afirmar en el contenido más que en el envase; en la raíz más que en la hojarazca. Un público que le es fiel, y de distintas generaciones, atraviesa el tiempo y los ismos.
A la palabra moda se le opone clásico, que es lo que perdura inmodificable. Es arduo y difícil ser perdurable en el arte. O en alguna disciplina de la cultura que sea capaz de continuar y persistir lozana en medio de la marea de la moda. El arte hace su propia selección y en su cedazo queda separado lo efímero. Como cantante popular Serrat aspira a ser un clásico. Algunas de sus canciones también. Muchos de tantos contemporáneos exitosos en la época en que él surgía, ya no cantan. Y tampoco sus discos. Ese es el final del juego entre la moda y lo clásico. Pierde la moda. Si hay un lugar donde la moda de seguir la moda causa más estragos ese lugar es la política. Sea la moda de la gestión o la del vecino; la moda del consenso, la del pensamiento único, la del cacerolazo, la del brote incendiario, o la de la antipolítica. Hasta hay una moda inmoral que es la de la moral, que se está usando mucho ante un público cautivo de sus propios pecados. Un político de moda, con una política de moda ofrece lo que demanda el mercado. Pero el mercado cambia y él también y el público aplaude hoy lo que silba dentro de un rato. Sofisticadas técnicas de comunicación producen efímeros líderes de moda. Son capaces de lograr hinchadas fugaces, pero no pueden sostenerse porque su público es pasajero, de moda. Tenemos un cementerio fresco de resonantes nombres que ya no suenan. Hagamos memoria. Las sociedades que consumen moda no son neutras sino culpables. Una cosa es el cambio, otra el capricho. Esta hecatombe que sucede en la economía del mundo es culpa de la moda. De esa moda de la gesta financiera a la que compramos como cholulos encantados. La frivolidad se paga. En política hacen falta más Serrat. Más estilo clásico, que de moda. Y más público fiel que público frívolo.
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