Cuando ya se avecinaba la noche, la vaquita para llenar dos ollas de acero, de 20 litros, y comprar sandwiches llegaba a 2200 pesos; los gendarmes ya habían izado la bandera y en vez de llegar más uniformados, como había ocurrido el día anterior, se iban otros a fin de cumplir con los “relevos” para asegurar la permanencia de la protesta. No se veían carpas y había más familiares que gendarmes y muchos grupitos que mateaban alrededor del auto para escuchar la radio, yendo y viviendo por agua caliente. “Los gendarmes también son seres humanos”, decía la cartulina que portaba una señora.
Los prefectos, en cambio, mantuvieron nutridas de público las escaleras del edificio Guardacostas, sobre la avenida Madero. Había gente joven, familias y pocos uniformes. La llegada de una nueva cúpula en la Prefectura trajo algunos cambios: ya no había esposas en las manijas del portón lateral ni patrulleros que obstruían otros accesos. A media cuadra, había dos motos de la Policía Federal, con luces prendidas, y dos agentes que acomodaban el tránsito pesado de la avenida Madero. Seguía allí un micro de Prefectura, pero había pocos patrulleros de la fuerza. (info completo acá).
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