La convocatoria al debate económico en el Frente de Todos resulta un interesante ejercicio para la corriente heterodoxa, puesto que en estos momentos está enfrentando un desafío crucial: cómo relajar la restricción externa, o sea la escasez relativa de dólares, con la carga condicionante de la herencia macrista, la pandemia y el FMI, al tiempo de dar respuesta a la demanda de mejorar los ingresos de los sectores populares, quienes a la vez constituyen gran parte de su base electoral.
Este dilema no es de fácil resolución en el cortísimo plazo y esa imposibilidad constituye una de las razones –no la única- de las cada vez más agudas tensiones políticas al interior de la coalición de gobierno.
Se trata de un problema que no remite exclusivamente a una discusión intelectual acerca de cuál es el sendero económico adecuado para superar el carácter bimonetario de una economía con una estructura productiva y laboral desarticulada por tres experiencias neoliberales, siendo la última la de la alianza macrista-radical.
El nudo principal del debate es si con la actual política económica el oficialismo tiene chances de triunfar en las elecciones presidenciales de 2023. La cuestión económica es subsidiaria del próximo desafío electoral del Frente de Todos. En los hechos, uno y otro factor se realimentan en una dinámica conocida revisando los resultados electorales de los oficialismos desde 1985 hasta 2021
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