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sábado, 19 de septiembre de 2009
el aire se cortaba como con un cuchillo
Leemos:
(Ceferino Reato publicó un best seller con un error clave: hablaba de un edificio que nunca existió. Alicia Pierini, actual Defensora del Pueblo porteña, lo dejó en evidencia. Veintitrés los reunió para que debatieran sobre la violencia de los ’70 y el rigor en el abordaje de temas históricos).
El texto intenta dilucidar la trama del atentado que adjudica a los Montoneros. La publicación tuvo un correlato judicial: la causa que investiga el hecho se reabrió y Reato fue llamado a declarar. Una polémica recorrió el arco judicial y político: ¿el asesinato de Rucci es un crimen de lesa humanidad? ¿Deben juzgarse sus responsables tal como se juzga a los responsables del genocidio militar? Del texto de Reato se desprende que los Montoneros que habrían participado de la operación tenían vínculos, cargos y recursos en el gobierno bonaerense de Oscar Bidegain. De allí, una línea propone que el aparato del Estado participó de la acción. Y, por ende, la imprescriptibilidad del crimen. Hay quienes señalan que es un intento de reinstalar la teoría de los dos demonios, aunque Reato dice no suscribirla ni alentarla.
El 11 de agosto, Alicia Pierini (abogada, secretaria de Derechos Humanos durante el gobierno de Menem, actual Defensora del Pueblo porteña) publicó en Noticias Urbanas un artículo que desmiente un hecho que sostiene la hipótesis del libro de Reato: la casa operativa del grupo montonero, que habría pertenecido a un funcionario bonaerense, jamás existió. Reato acaba de lanzar una edición corregida y ampliada, en la que admite su error y cuenta el origen del mismo.
Veintitrés los reunió para que debatan. Este cronista llegó al encuentro cuando ya estaban presentes los contendientes. El aire se cortaba con un cuchillo (Pierini quería que su jefa de prensa estuviera presente, Reato se negaba, la discusión se estancaba en el punto y ninguno cedía, plantearon que el encuentro se levantaba, tres grabadores registraron la conversación). Ese clima permaneció durante toda la entrevista..
martes, 7 de octubre de 2008
cristina con la familia rucci
Algunos medios gráficos destacan que, tras su reunión con Michelle Bachelet, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner recibió a familiares del asesinado líder sindical José Ignacio Rucci.
“Los Rucci, con Cristina: ‘Se puso a nuestra disposición’”, así encabeza Clarín la página 17, en donde Lucio Fernández Moores indica que, según Claudia Rucci (hija del ex jefe de la CGT), “Fernández de Kirchner ‘se mostró absolutamente de acuerdo’ con ‘el pedido de justicia’ que llevan adelante ella y su familia”.
Página/12 presenta “La familia Rucci, en Olivos”, y comenta que los “hijos del sindicalista dijeron que la Presidenta se comprometió a que el crimen no quede impune”.
Por su parte, Crítica convierte en título la presunta frase presidencial “‘Su padre fue un gran peronista’”, y plantea que, en la reunión, no “hubo alusiones a la posible autoría de Montoneros ni referencias sobre el reclamo sindical para que se declare delito de lesa humanidad”.
Para El Argentino "esta audiencia significó una importante señal de respaldo al reclamo de los familiares para que se esclarezca el asesinato, luego de la apertura de la causa que se encuentra en manos del juez federal Ariel Lijo".
Incluso, implicó un directo posicionamiento del Ejecutivo nacional sobre el tema, en medio de posiciones encontradas respecto del tema."La reunión fue muy amena y ella se mostró con mucha predisposición. Nos dio todo su apoyo ante la reapertura de la causa y dijo que sabía y estaba completamente segura de la lealtad de nuestro padre hacia el general (Juan Domingo) Perón", sostuvo el hijo de Rucci, Aníbal, tras la audiencia.
En diálogo con Noticias Argentinas relató además que la jefa de Estado se mostró a favor de "ir en búsqueda de la verdad y la justicia" por el asesinato del ex titular de la CGT y "se puso a disposición para cualquier cosa" que los familiares necesitaran, para lo que les facilitó el teléfono del secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli.
"Nos fuimos muy conformes. Se mostró muy interesada en la causa y dijo que espera que nos vaya bien", señaló Aníbal Rucci a NA, y negó que en el encuentro hayan hablado del reclamo que sostienen los familiares para que se encuadre el asesinato como delito de lesa humanidad.
La causa por el asesinato de Rucci se reabrió el 26 de septiembre último, luego de que los hijos del dirigente gremial hicieran el pedido para lo cual se basaron en fragmentos de un libro publicado recientemente por el periodista Ceferino Reato, quien atribuyó el asesinato a la organización Montoneros, basado en los dichos de dos fuentes, que prefirió mantener en secreto ante la Justicia.
En tanto, el resto de los diarios le quita relevancia al asunto.
lunes, 29 de septiembre de 2008
Sobre Rucci. Pedido de publicación de Jorge Rulli
La Argentina continúa siendo felizmente imprevisible. Un país difícil de controlar, un país en que siempre salta la liebre por donde menos uno se lo espera. Todo el edificio del progresismo que gobierna, ha sido construido trabajosamente a lo largo de muchísimos años y ha teñido con su pensamiento y sus políticas de derechos humanos transformados en ideología, todo el espacio del pensamiento, de la cultura y en especial de la política. Lamentablemente para ellos, tiene en su base algunos puntos débiles. Y uno de esos puntos que ponen a temblar a todo el edificio es el asesinato de Rucci, el 25 de septiembre de 1973. José Ignacio Rucci era el Secretario General de la CGT y funcionaba como el sostén de Perón, su hombre de mayor confianza, aquel en que el líder confiaba plenamente y en quien depositaba los proyectos de futuro. Lo asesinaron tan solo dos días después de una elección única en la historia, en que la formula Perón Perón había sido plebiscitada, por más del 65% de los votos. Su muerte afectó profundamente a Perón y aceleró su muerte. Le tronchó las piernas tal como el mismo Perón expresó de manera conmovedora. Hacia pocas semanas que el golpe de Pinochet había terminado con el Gobierno de Allende en el vecino Chile e instaurado una dictadura feroz, cuyas consecuencias marcan todavía la vida del país hermano. Nadie podía ignorar cuáles eran, en esos momentos, los riesgos que corría la Argentina, tampoco nadie podía presumir que podíamos debatir impunemente mediante crímenes como el de Rucci, en los marcos aceptados de la democracia, del gobierno, y desde un Estado, que los propios asesinos compartían. Tal vez por eso jamás reconocieron públicamente su autoría, aunque las pruebas fehacientes y la memoria de aquellos días y el cúmulo de los propios reconocimientos en sordina, no dejan lugar a dudas, de quienes fueron los autores. No obstante, son muchos los que han conspirado para que la Argentina olvide a Rucci y el gremio metalúrgico no ha sido ajeno a ciertas complicidades con los autores del magnicidio, hecho trágico que sin lugar a dudas facilitó el camino hacia el golpe militar del 76. En los años últimos se llegó al extremo de afirmar en el propio seno de la CGT y con desparpajo, que los autores fueron de la CIA, y desde la Secretaría de DDHH de la Nación se les pagó la indemnización a los familiares de Rucci, sugiriendo la sorprendente teoría de que la muerte fue realizada desde el Estado mismo, por la triple A de José López Rega. En verdad, ha sido todo ello, no solo una farsa, sino un agravio a la inteligencia y a la memoria de los argentinos. No dudo que la muerte aquella se ejercitó desde el Estado, varios gobiernos provinciales y hasta la Universidad de Buenos Aires pueden haber ejercido como bases y respaldo para el desarrollo de una operación criminal que liquidó la columna central de aquel gobierno y de aquel proceso nacional.
Hechos circunstanciales, ciertas torpezas política, así como el fracaso notorio de ciertas políticas setentistas, en los últimos tiempos, han posibilitado que aquel crimen ahora se reinstale en los medios, en la Cámara de Diputados y en estrados judiciales, probando una vez más que la historia contemporánea no está cerrada, que el pasado reivindica su propia justicia y que el proceso de la Revolución Nacional interrumpida no corre precisamente por andariveles cartesianos. Soy plenamente conciente que, buena parte de una generación que hoy está en los cincuenta años o poco más, y que participa del poder político y económico, abrazó en los años setenta paradigmas y conceptos revolucionarios que fueron en aquellos años una modalidad bastante generalizada de pensamiento, que esos paradigmas los condujeron a aceptar encuadramientos y políticas, a veces aberrantes, y que hoy rechazarían absolutamente, pero que, en aquel entonces los llevaron a exaltar sentimientos y certezas incapaces de advertir matices. Todo se supeditaba a una despiadada lucha por el poder y las consecuencias fueron funestas. Hoy, treinta y cinco años después no solo sería fácil decir que aquel final era previsible, sino que además, no costaría demasiado aceptar que buena parte de aquellos paradigmas y de aquellos conceptos han perdido vigencia y tanto el mundo como los propios descendientes de aquella generación de los años cincuenta, tienen otras visiones y otros cultos.
Buena parte de aquellas cosmovisiones que enamoraron multitudes se cayeron con el muro de Berlín y con el marxismo de mercado. El mundo ha cambiado, y suele resultar difícil comprender las nuevas luchas desde las miradas congeladas de aquellos tiempos. De allí esta persistente demanda para adecuar los pensamientos a los nuevos tiempos. Pero ello requiere revisar aquellos años y comprender que las consecuencia de aquellos desvaríos no fueron una derrota sino que fueron un fracasó. Es que hacer la diferencia entre derrota y fracaso en relación a los años setenta, no es algo accesorio. Son precisamente muchos de aquellos, los más empecinados en rechazar la idea de fracaso y en persistir en un pensamiento fuertemente estructurado, los que han acompañado las políticas neoliberales y privatizadoras, muchos también han ayudado a construir un tinglado ideológico setentista tardío, que como una rémora acompaña las actuales políticas amigables con las corporaciones y desde las que, acostumbran a demonizar al campo como la nueva derecha, cuando en realidad no hacen sino repetir, aunque de otra manera, los viejos errores y los gestos que los llevaron a coaligarse con Lorenzo Miguel y asesinar a Rucci. En estos días demasiados escribientes del poder que defienden sus pequeños privilegios, han instalado debates sobre la propia personalidad de Rucci y sus responsabilidades, como si poder probar sus vinculaciones con ciertos excesos de violencia de la época, o el que algunos delirantes vistieran camisas negras en su entierro, pudieran justificar el magnicidio. Nuevamente pretenden que veamos la superficie de las cosas y que evitemos reflexionar como seres adultos. No se trata tan solo de quien fuera la víctima, sino de que se reconozca la responsabilidad y el crimen de ejecutarlo en medio de una democracia y cuando se ejercían miles de altos cargos funcionariales en el Estado, y sobretodo se trata de tener en cuenta, las enormes consecuencias que ese crimen desató. El golpe militar del año 76, fue la consecuencia no solo de la muerte de Perón y de la debilidad del gobierno que lo continuó, sino también, de los desvaríos y de las aberraciones que se cometieron y que continúan impunes.
Soy consciente que los problemas que estoy abordando y los desafíos que expongo, no son fáciles de enfrentar. Tampoco lo han sido para mí, que fui un protagonista activo en aquellos años. Pero estoy convencido que si no asumimos la muerte de Rucci como lo que fue, un crimen atroz que cambió el rumbo de la historia y condenó al proceso popular, un crimen absolutamente contrarevolucionario que es origen de este engendro en que cierto antiperonismo visceral hable hoy lenguajes extraños travestido de peronismo, es difícil que podamos recuperar una mirada histórica que nos permita enfrentar los dificilísimos problemas con que a poco tiempo nos enfrentaremos. Estamos en medio de una crisis global como no se recordaba otra desde los años treinta, y como condenados al fracaso, permanecemos impasibles, ganados por la soberbia y por la estulticia, cuando deberíamos estar construyendo como en una colmena, las defensas necesarias para que la debacle que, inexorablemente llegará a nosotros, no nos arrastre. Un país que depende absolutamente de insumos externos, que depende de la exportación masiva de commodities, un país que ha despoblado el territorio y que ha concentrado sus poblaciones en enormes ciudades donde la principal subsistencia de las mayorías son los planes asistenciales, es un país que inexorablemente sufrirá los impactos de la crisis sin atenuantes y sin defensa alguna. Si no podemos asumir y resolver el pasado inmediato, menos podremos resolver nuestro presente.
Jorge Eduardo Rulli
Hechos circunstanciales, ciertas torpezas política, así como el fracaso notorio de ciertas políticas setentistas, en los últimos tiempos, han posibilitado que aquel crimen ahora se reinstale en los medios, en la Cámara de Diputados y en estrados judiciales, probando una vez más que la historia contemporánea no está cerrada, que el pasado reivindica su propia justicia y que el proceso de la Revolución Nacional interrumpida no corre precisamente por andariveles cartesianos. Soy plenamente conciente que, buena parte de una generación que hoy está en los cincuenta años o poco más, y que participa del poder político y económico, abrazó en los años setenta paradigmas y conceptos revolucionarios que fueron en aquellos años una modalidad bastante generalizada de pensamiento, que esos paradigmas los condujeron a aceptar encuadramientos y políticas, a veces aberrantes, y que hoy rechazarían absolutamente, pero que, en aquel entonces los llevaron a exaltar sentimientos y certezas incapaces de advertir matices. Todo se supeditaba a una despiadada lucha por el poder y las consecuencias fueron funestas. Hoy, treinta y cinco años después no solo sería fácil decir que aquel final era previsible, sino que además, no costaría demasiado aceptar que buena parte de aquellos paradigmas y de aquellos conceptos han perdido vigencia y tanto el mundo como los propios descendientes de aquella generación de los años cincuenta, tienen otras visiones y otros cultos.
Buena parte de aquellas cosmovisiones que enamoraron multitudes se cayeron con el muro de Berlín y con el marxismo de mercado. El mundo ha cambiado, y suele resultar difícil comprender las nuevas luchas desde las miradas congeladas de aquellos tiempos. De allí esta persistente demanda para adecuar los pensamientos a los nuevos tiempos. Pero ello requiere revisar aquellos años y comprender que las consecuencia de aquellos desvaríos no fueron una derrota sino que fueron un fracasó. Es que hacer la diferencia entre derrota y fracaso en relación a los años setenta, no es algo accesorio. Son precisamente muchos de aquellos, los más empecinados en rechazar la idea de fracaso y en persistir en un pensamiento fuertemente estructurado, los que han acompañado las políticas neoliberales y privatizadoras, muchos también han ayudado a construir un tinglado ideológico setentista tardío, que como una rémora acompaña las actuales políticas amigables con las corporaciones y desde las que, acostumbran a demonizar al campo como la nueva derecha, cuando en realidad no hacen sino repetir, aunque de otra manera, los viejos errores y los gestos que los llevaron a coaligarse con Lorenzo Miguel y asesinar a Rucci. En estos días demasiados escribientes del poder que defienden sus pequeños privilegios, han instalado debates sobre la propia personalidad de Rucci y sus responsabilidades, como si poder probar sus vinculaciones con ciertos excesos de violencia de la época, o el que algunos delirantes vistieran camisas negras en su entierro, pudieran justificar el magnicidio. Nuevamente pretenden que veamos la superficie de las cosas y que evitemos reflexionar como seres adultos. No se trata tan solo de quien fuera la víctima, sino de que se reconozca la responsabilidad y el crimen de ejecutarlo en medio de una democracia y cuando se ejercían miles de altos cargos funcionariales en el Estado, y sobretodo se trata de tener en cuenta, las enormes consecuencias que ese crimen desató. El golpe militar del año 76, fue la consecuencia no solo de la muerte de Perón y de la debilidad del gobierno que lo continuó, sino también, de los desvaríos y de las aberraciones que se cometieron y que continúan impunes.
Soy consciente que los problemas que estoy abordando y los desafíos que expongo, no son fáciles de enfrentar. Tampoco lo han sido para mí, que fui un protagonista activo en aquellos años. Pero estoy convencido que si no asumimos la muerte de Rucci como lo que fue, un crimen atroz que cambió el rumbo de la historia y condenó al proceso popular, un crimen absolutamente contrarevolucionario que es origen de este engendro en que cierto antiperonismo visceral hable hoy lenguajes extraños travestido de peronismo, es difícil que podamos recuperar una mirada histórica que nos permita enfrentar los dificilísimos problemas con que a poco tiempo nos enfrentaremos. Estamos en medio de una crisis global como no se recordaba otra desde los años treinta, y como condenados al fracaso, permanecemos impasibles, ganados por la soberbia y por la estulticia, cuando deberíamos estar construyendo como en una colmena, las defensas necesarias para que la debacle que, inexorablemente llegará a nosotros, no nos arrastre. Un país que depende absolutamente de insumos externos, que depende de la exportación masiva de commodities, un país que ha despoblado el territorio y que ha concentrado sus poblaciones en enormes ciudades donde la principal subsistencia de las mayorías son los planes asistenciales, es un país que inexorablemente sufrirá los impactos de la crisis sin atenuantes y sin defensa alguna. Si no podemos asumir y resolver el pasado inmediato, menos podremos resolver nuestro presente.
Jorge Eduardo Rulli
domingo, 28 de septiembre de 2008
Rucci: El debate recomienza. Opiniones
Criados en la tragedia
Mi abuela era peronista y todos presumían que ese discurso de Perón podía ser el último. Ella no se lo quería perder y me llevó porque, supongo, no tenía con quién dejarme. Ella estaba entre los que se quedaron. Había estado en la Resistencia, era trabajadora textil, los Montoneros le caían simpáticos por lo de Aramburu, pero el día que mataron a Rucci los empezó a odiar. Ese fue su límite en un tiempo sin límites.La anécdota y la licencia de la primera persona implican una toma de postura sobre la historiografía de los ’70, donde abundan los relatos que anulan cualquier rasgo de contradictoria humanidad a los protagonistas. Por eso, ahora que el crimen de Rucci vuelve a ser materia de libros, debates periodísticos e investigaciones judiciales, desde Veintitrés nos propusimos rescatar dos voces silenciadas en esta trama dolorosa.María Inés Roqué tiene derecho a la palabra. Es la hija de Julio Iván Roqué, cuyo nombre de guerra era “Lino”. Para ella, directora de cine, actualmente radicada en México, el combatiente montonero es “Papá Iván”, a quien rescató en un emotivo e íntimo documental que lleva, precisamente, ese título: “Era un tipo muy divertido. Era un maestro, educador de alma. Muy simpático y cariñoso, teníamos muchos animales y él nos enseñaba muchas cosas sobre los animales y la naturaleza”.Estando clandestino, el 26 de agosto de 1972, cuando María Inés tenía seis años, Roqué le escribió una carta a ella y a su hermano: “Les escribo por temor a no poderles explicar nunca lo que pasó conmigo, porque los dejé de ver cuando todavía me necesitaban mucho y porque no aparecí a verlos nunca más. Aunque sé perfectamente que la mamá les habrá ido explicando la verdad, prefiero dejarles mis propias palabras en el caso de que yo muera antes de que lleguen a la edad de entender bien las cosas (…) Y si me toca morir antes de haber vuelto a verlos, estén seguros que caeré con dignidad y que jamás tendrán que avergonzarse de mí (…) Un gran abrazo y muchos besos de un papá desconsolado que no los olvida nunca, pero que no se arrepiente de lo que está haciendo. Ya saben: libres o muertos, jamás esclavos. Papá Iván”.Según el libro Operativo Traviata, del periodista Ceferino Reato, el papá de María Inés fue el ejecutor de Rucci. Era un experto tirador entrenado en Cuba, marxista de origen, que llegó a Montoneros desde las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), cuando ambas organizaciones guerrilleras se fusionaron. Roqué pagó con su vida el compromiso con la política militarista de Montoneros: cuatro años después del asesinato del sindicalista, murió tiroteándose con un grupo de tareas en la localidad de Haedo, el 29 de mayo de 1977. Fue también una víctima de la tragedia.“Pregunté mucho, pero no tengo una respuesta clara al respecto”, confiesa su hija. “No leí el libro de Reato, desconozco lo que dice, así que no puedo opinar”, se sincera.-Y si abrieras las páginas del libro que relata la manera en que tu papá asesina a Rucci, ¿cómo creés que reaccionarías?-Yo puedo ser muy fría. A mí no me asusta. Hice documentales sobre combatientes y entiendo cuál es el papel del soldado y qué se juega en distintas guerras. A María Inés, la elección de su padre por la lucha armada no le resulta indiferente: “Creo que estuvo justificada en las diferencias sociales. En Argentina, como en otros países, formaba parte de un movimiento que tenía como meta revertir programas económicos fundados en la injusticia y la explotación”.Ella no tiene temor a la verdad. Cree en el derecho de las sociedades a revisar su pasado: “Es necesario. La interpretación de lo sucedido va más allá del ejercicio de la Justicia”. Y agrega: “La lucha armada era un instrumento último y necesario, cuando los canales democráticos no se respetaban”.Aníbal Rucci es el hijo de José, la víctima de Roqué. Y recuerda que a su papá lo mataron en democracia: “Suponiendo que lo mató la guerrilla, como dice el libro de Reato, que es producto de una investigación importante, hay que aclarar que Montoneros formaba parte del gobierno, desde la época de Cámpora, donde ocupaban puestos clave hasta en las gobernaciones”.“La Justicia debe actuar. Tienen que estar presos los milicos que torturaron y mataron, por supuesto, pero eso no quita que el asesinato de mi padre tenga que quedar impune. Llegado el momento, si se llegara a descubrir a los autores intelectuales y materiales, debería ser considerado un crimen de lesa humanidad”, opina.Y quiere aclarar algo importante: “Nosotros no convalidamos el accionar de la dictadura. Ellos cometieron un genocidio. Hay sectores que van a querer politizar este caso, y nosotros no queremos prestarnos a ningún sector, llámese Pando o quien sea. No se debe mezclar el crimen de mi padre con los de la dictadura, porque a mi padre, si no lo hubiesen matado en el ’73, hoy sería un desaparecido. Nadie en la familia Rucci está en contra del juzgamiento a los militares ni de que las Abuelas recuperen a sus nietos. Nosotros no pagamos con la misma moneda”. Dos hijos, dos padres muertos y una herida que no termina de cerrar. Estos son los hechos objetivos. El propio Reato, en parte responsable del ineludible debate entre “verdad histórica” y “teoría de los dos demonios”, se excusa en el prólogo de su libro y advierte, con buen tino, que hubo “un solo demonio”, el Estado terrorista, pero que los grupos guerrilleros deberían responder por sus crímenes. No hay motivos para descreer de la honestidad intelectual del planteo de Reato, aunque el copete de tapa del libro sea un vívido elogio escrito por Joaquín Morales Solá, a quien la política de derechos humanos K le disgusta por “revanchista”. Morales Solá dice, rescatando el trabajo de Reato: “Quizá sea impolítico ahora investigar el crimen de José Rucci en tiempos en que no habla de los asesinatos de la organización Montoneros”. ¿Cómo no olfatear cierto aire de indignante satisfacción en sus palabras por la confirmación de que algunas de las víctimas del genocidio argentino fueron antes victimarios?¿Cómo no ponerse en guardia cuando los que dicen querer la verdad completa la ignoraron durante tanto tiempo? Hay que decir tres cosas.1) Los montoneros cometieron errores gravísimos y crímenes injustificables.2) La versión más conocida de ellos es la fabricada por las usinas intelectuales y periodísticas del terrorismo estatal, nunca juzgadas. 3) Cuando los finalmente derrotados se proponen contar los años de la tragedia, apelan a un espíritu de epopeya que confunde verdad con reivindicación acrítica.¿Es tan difícil reconocer que lo mejor de la mejor generación de los últimos 40 años, por su desapego a los bienes materiales y por sus convicciones -donde entraba la discusión política por un país mejor- antes de ser diezmada, cometió el gravísimo pecado, ya no de la violencia, sino el de la soberbia? Los jefes montoneros sobrevivientes no lo admiten, aunque lo saben. Ellos insisten en el relato heroico porque otro los pondría en la aceptación de lo que cualquier ser humano decente intenta evitar: que los igualen con sus enemigos torturadores que violaron todas las convenciones de la guerra en lo que fue una cacería despiadada.Quizá haya llegado el tiempo de que esta historia ya no la cuenten los periodistas que aplaudieron a Bussi, ni los montoneros cazadores de utopías.En eso estamos.
Investigación: Jorge Repiso
Veintitres
Entrevista a Roberto Cirilo Perdía, jefe montonero“La fisura entre Rucci y Montoneros es innegable”Por Diego RojasRoberto Cirilo Perdía es uno de los tres comandantes montoneros que permanece con vida, junto a Fernando Vaca Narvaja y Mario Roberto Firmenich. La ofensiva por reinstalar la teoría de los dos demonios en el debate social plantea una consecuencia práctica: si esa alternativa llegara a la Justicia, Perdía podría ser sentado en el banquillo de los acusados por el crimen de José Ignacio Rucci. Sindicados como autores del hecho, sin embargo, los Montoneros nunca admitieron –como sí lo hicieron en el caso de los ajusticiamientos del general Aramburu o del dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor– su responsabilidad. En una entrevista exclusiva con Veintitrés, Perdía revivió aquel acontecimiento.–Tres años después de su integración a Montoneros, Cámpora asume el gobierno, Perón regresa, se convierte en presidente y, días después, se produce el atentado que finaliza con la vida de Rucci.–Hubo dos hechos gravitantes que determinaron la fuerza de Montoneros y su inserción popular. Uno fue la ejecución de Aramburu. El segundo fue participar en las elecciones. En ese marco, desde el primer regreso de Perón, en noviembre de 1972, hasta su segundo regreso, en junio de 1973, la coyuntura transformó a Montoneros en la fuerza política hegemónica de la Argentina. Fueron seis meses de ímpetu y vorágine de acontecimientos. –¿La muerte de Rucci fue un factor para el retroceso de ese estado?–Perón siempre decía que los movimientos nacionales están anclados en procesos históricos más generales. A fines de los sesenta, el imperialismo está débil. Esto dura hasta el ’72, cuando Nixon separa la cotización del dólar del oro y Estados Unidos renueva su hegemonía en el mundo bajo un modelo de acumulación financiera. Llegamos a la victoria justo cuando el imperialismo recompone su situación. En abril del ’73 nos reunimos con Perón. En ese momento, Cámpora llega para ofrecerle la victoria y Perón decide que estemos presentes Fernando Vaca Narvaja, Roberto Quieto y yo. Para Cámpora eso es signo de que nosotros mandábamos. Discutimos con Cámpora y Perón desde el gabinete hasta los jefes militares. –Luego Perón gira hacia la derecha.–En la reunión Perón traza un panorama optimista respecto a la coyuntura de Latinoamérica. Decía que con Allende hablaba todas las semanas: “Vamos a avanzar y a los gringos esta vez los paramos”. Unos meses después, en Uruguay se produce la bordaberrización; en Bolivia se consolida el gobierno de Bánzer y, por último, el 11 de septiembre se produce la muerte de Allende y el pinochetazo. En seis meses cambió el mapa del Cono Sur. Esto explica el viraje: Perón concluye que después de Allende viene él. Taiana cuenta que después del Golpe, Perón pasó dos días llorando. Su proyecto se desplomaba. Entonces se profundiza su retroceso.–Catorce días después se produce el asesinato de Rucci.–Antes pasa Ezeiza, en julio de 1973. Fue una emboscada de Osinde y López Rega equivalente al golpe de Chile. Detrás también está el imperialismo. ¿Qué hubiera pasado si Perón se encontraba con su pueblo? Eran dos millones de personas cuya mayor parte estaba identificada, no organizada, con los Montoneros. A partir de la masacre comienza la decadencia de Montoneros, su crisis en cuanto a inserción política y social y la agudización de la crisis con Perón. Sobre Rucci hay cosas que conviene destacar. El enfrentamiento con el sindicalismo estaba claro. Los protagonistas de la primera resistencia habían sido casi de manera excluyente las organizaciones sindicales. En el ’66 empieza una nueva resistencia comandada por la juventud peronista. Y se da un choque entre la primera y la segunda resistencia por áreas de influencia, mayor o menor peso interno y planteos ideológicos diferenciados. No se puede analizar a Rucci sin ese marco. En ningún momento de la historia Montoneros asumió la autoría de ese hecho. Si intervinieron o no montoneros, no lo sé. Fuimos la principal víctima en términos políticos, porque significó un ahondamiento en la fractura del movimiento popular que facilitó las condiciones para el Golpe de Estado posterior. De cualquier manera, no conozco ni un solo compañero que en estos treinta y cinco años haya dicho: “Yo participé”. Es un dato que hubiera trascendido. –Reato plantea que fue una operación planificada y realizada militarmente por la máxima conducción de Montoneros. Y plantea que Montoneros, ante el viraje de Perón, le tira un muerto para pasarle una factura.–Choca con la realidad, porque nunca fue planteado públicamente. Las balas que mataron a Rucci pudieron partir de diferentes trincheras, pero las miradas apuntaron a nosotros. En una reunión con los gobernadores, Perón nos declara la guerra. Nos asimilan con el ERP ante la opinión pública y hacia adentro del movimiento tratan de aislarnos. Una semana después en El Descamisado planteamos en un editorial que éramos todos culpables del asesinato de Rucci (lee): “Aquí son las causas lo que importa. Revisar qué provocó esa violencia y qué es lo que hay que cambiar para que se borre entre nosotros”. –En el libro de Reato, Ricardo Grassi, miembro de la redacción de El descamisado, cuenta cómo llegó Firmenich y dijo: “Fuimos nosotros”. Dice que la Conducción Nacional les pidió que elogiaran el hecho, pero no tanto.–Sobre este hecho no puedo opinar, lo desconozco.–Pero era una acción que estaba anunciada en las consignas de Montoneros: “Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo que le pasó a Vandor”.–Si vamos a fiarnos de las consignas… El otro día vi una pintada que decía: “Cobos acordate de Vandor”. En ningún momento negamos las diferencias con Rucci. Cuando nos reunimos con Lorenzo Miguel nos dice que ellos no habían planificado lo que pasó en Ezeiza. Veníamos de una campaña electoral que duró tres meses, protagonizada por millones de argentinos y no hubo ningún muerto, pese a la confrontación constante. Ezeiza para nosotros iba a ser lo mismo. Miguel dice que hubo alguna otra mano que metió sus uñas para cambiar el proceso. Rucci formaba parte de eso, dicho por el propio Lorenzo. Con Rucci estaba todo mal, pero eso no quiere decir que fuéramos nosotros los responsables del suceso.–¿Existían razones para que Montoneros hubiera ajusticiado a Rucci? –Había diferencias políticas que en ese momento no estábamos resolviendo de esa manera.–¿La militancia montonera no asumía como propio este hecho?–Seguro. Esto tiene su reflejo en variadas muestras de simpatía hacia ese hecho que se vieron en la militancia. La fisura entre Rucci y Montoneros es innegable. Pero si hubo un perjudicado político, por fuera del dolor de los familiares, fue Montoneros. –Si un montonero hubiera protagonizado el ajusticiamiento, ¿usted lo consideraría un error?–Absolutamente.–Una campaña intenta revitalizar la teoría de los dos demonios y trata de llevar este y otros hechos ante la Justicia. ¿Tiene temor de ir preso?–En la justicia se están dando las condiciones para reestablecer en los niveles más altos la teoría de los dos demonios. Este gobierno, si bien practica una justa resolución para condenar a los responsables del genocidio a nivel militar, no hace nada para develar el poder económico sobre el cual se gestó el Golpe de Estado. Al no haber revelado a ese poder económico, ese poder vuelve y esgrime esta salida. Los Kirchner no afectaron en lo más mínimo a ese sector que, en la Justicia, plantea la cuestión de los dos demonios. Y apunta a una campaña cultural para afianzar este objetivo. Lo que siento no se define por la palabra temor. La oportunidad perdida de haber juzgado a los militares y a los responsables económicos del Golpe me produce dolor. La reaparición de estos sectores se produce frente a un gobierno que se está yendo, que está perdiendo su fuerza.–Quieren sentarlo en el banquillo de los acusados como miembro de la dirección de Montoneros. –La suerte de las personas es absolutamente secundaria en el destino de los pueblos. Entonces el temor en el ámbito personal que se pueda tener ante un hecho histórico es totalmente secundario. Se quiere hacer creer que fue un enfrentamiento entre locos de un lado y de otro. Hablemos de las causas que llevaron a esos hechos.–Pero es conciente de que quieren que usted vaya preso.–Claro, eso es obvio. –Mirando su pasado como jefe montonero, ¿pesan más los arrepentimientos o las reivindicaciones de los hechos que protagonizó su organización?–Arrepentimiento es una palabra que no uso. Sí tengo muchas autocríticas. Pero no me autocritico ni me arrepiento del camino tomado. El que no reconozca error en su vida, allá él. Pero el camino que elegí me parece absolutamente legítimo.
Veintitres
Entrevista a Ceferino Reato, autor de Operación Traviata“Hay una demanda de verdad sobre los crímenes de los Montoneros”Por T.E.Ceferino Reato es autor de Operación Traviata, el libro con el que se planteó dar con la verdadera historia detrás del asesinato del dirigente sindical José Ignacio Rucci. En su tapa se destaca una elogiosa frase –a modo de breve prólogo– del columnista de La Nación Joaquín Morales Solá. En un extracto de la misma señala: “Quizá sea impolítico ahora investigar el crimen de José Rucci en tiempos en que no se habla de los asesinatos de la organización Montoneros”.El libro tuvo repercusión y venta, y es una pieza importante en el debate que se abrió por estos días sobre si los muertos que dejó el accionar guerrillero deben ser considerados crímenes de lesa humanidad. Reato responde: “No tengo una opinión formada, quiero escuchar qué dice cada sector. Algunos sostienen que no, porque no fueron crímenes cometidos por un organismo estatal. Luís Moreno Ocampo, en cambio, dice que sí, que los grupos guerrilleros pueden cometer crímenes de lesa humanidad. Hay quienes señalan que depende de cuándo se firmó el Estatuto de Roma (N. de R.: se firmó en 1998, en la Conferencia Plenipotenciaria de la ONU, donde se estableció una Corte Penal Internacional, encargada entre otros temas de los crímenes de lesa humanidad). No tengo información jurídica. Mi objetivo con el libro no es el tema judicial. No soy ni juez, ni fiscal, ni policía. La verdad es lo más importante, ese es mi objetivo”.–¿Qué implicancias políticas tiene este tema?–No es sólo un caso jurídico. En la Argentina, como en otros países, estos casos tienen un contenido político muy fuerte. Los jueces y fiscales ven cuál es el clima político para decidir. Hace un año, el clima político estaba más hegemonizado por el kirchnerismo. Ahora hay otra cuestión. En dos años el clima será distinto. Desde un punto de vista progresista, no hay que dejar este tema a la derecha antidemocrática autoritaria. La democracia, que va a cumplir 25 años, debería dar una respuesta: hay una demanda de verdad sobre los crímenes de los Montoneros o del ERP.–¿Cree que el libro hace un aporte a la reconciliación histórica?–No lo sé. Uno es un periodista, los objetivos son modestos. Y la verdad es importante. Tenemos instrumentos como el secreto de fuentes, que bien usados pueden servir mucho. Eso sí, como decía antes, hay que tener cuidado para que el develar cosas alrededor de los crímenes de la guerrilla no sea utilizado para inhibir todo lo bueno que hemos avanzado en investigar los crímenes del Estado, en juzgar a los responsables, en saber cómo fue la represión y en identificar los restos de los desaparecidos. Y completar ese paradigma con otro, que nos permita averiguar por los errores y crímenes de la guerrilla.–Usted trabajó como asesor de Esteban Caselli en la embajada argentina en el Vaticano durante el menemismo. ¿Cómo valora la prédica eclesiástica a favor de la reconciliación?–Sí, fui asesor de prensa, pero no soy un hombre de la Iglesia. Soy católico. Tengo dos divorcios, mi pertenencia es bastante limitada. Sé cómo piensa la jerarquía eclesiástica, ese es un diseño de una institución poderosa que no me alcanza a mí. Además, el libro, si tiene una virtud, es que está parado en la ausencia de intereses. La gente percibe eso, no está hecho por un sector sindical, por la familia Rucci. Es un libro histórico sobre un tema que había quedado sepultado. Y hay algo: la gente quiere saber cuáles fueron los crímenes de la guerrilla. Si los sectores progresistas son hábiles, tienen que poder satisfacer esta demanda.
Veintitres
Rucci y López
Por Horacio Verbitsky
Avanzan a buen ritmo las operaciones para deslegitimar y/o detener los juicios por los crímenes del terrorismo de Estado que desde hace muchos años impulsan los organismos defensores de los derechos humanos y que en 2008 se extendieron a todo el país con condenas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Tucumán, Córdoba, La Plata y Corrientes. En los últimos días hubo manifestaciones teóricas y prácticas de este intento regresivo. Un editorial del diario La Nación sostuvo que era insostenible la doctrina de la Corte Suprema de Justicia respecto de los crímenes de lesa humanidad. Llegó a insinuar que los jueces terminarían siendo cómplices de crímenes de lesa humanidad si no revisaran esa jurisprudencia, por la cual la persecución penal se limita al Estado y no se extiende a quienes militaron en organizaciones político-militares. En forma casi simultánea, el hijo del coronel Argentino del Valle Larrabure sostuvo que las guerrillas eran organizaciones paraestatales argentino-cubanas, de modo que los delitos cometidos por sus miembros tampoco habrían prescripto. El periodista Ceferino Reato publicó el libro Operación Traviata, en el que confirma lo que hace muchos años se sabe, sobre la autoría montonera del asesinato del secretario general de la CGT José Ignacio Rucci en 1973. Sostiene que dos de las personas que participaron no fueron desaparecidas ni asesinadas después por la dictadura. Los hijos de Rucci, con el patrocinio del ex ministro duhaldista Jorge Casanovas, pidieron conocer quiénes son esas personas, que Reato no nombra. El secretario general de la CGT Hugo Moyano los apoyó, el fiscal Patricio Evers dictaminó a favor de esa pretensión y el juez Ariel Lijo dispuso reabrir la causa, incorporar el libro como prueba y citar como testigo al autor. Todo esto ocurrió en el lapso de diez días. Si identifica a los presuntos responsables, Lijo deberá decidir si puede procesarlos o los 35 años transcurridos han hecho cesar esa posibilidad. Al mismo tiempo que estas cosas ocurrían en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en La Plata la esposa y los hijos de Jorge Julio López, patrocinados por los abogados Alfredo Gascón y Hugo Wortman Jofré, en nombre de una Fundación Soporte, querellaron a los jueces del tribunal que condenó a Miguel Etchecolatz, a los fiscales y a los organismos defensores de los derechos humanos que intervinieron en representación de López, porque sabían que corría riesgos y omitieron protegerlo. Esta extraña presentación afirma que López “jamás militó ni adhirió a ninguna agrupación subversiva” y que sólo acudía a una Unidad Básica para realizar “actividades sociales y comunitarias”. En el juicio el albañil dijo que había pertenecido a Montoneros y acusó a Mario Firmenich de haberse llevado el dinero de la organización, dejando inermes a los militantes. Gascón fue abogado defensor del banquero Pablo Trusso, del juez Amílcar Vara cuando fue destituido por encubrir las desapariciones del estudiante Miguel Bru y el obrero Andrés Núñez, a manos de policías bonaerenses. Ahora defiende a la mujer policía que noviaba con uno de los tres policías asesinados en la planta transmisora de La Plata y con uno de los sospechosos del crimen. Wortman Joffré es el socio de Luis Moreno Ocampo que quedó a cargo del estudio cuando el ex fiscal asumió en el Tribunal Penal Internacional, desde el que también intenta equiparar los atentados de la guerrilla con los crímenes de lesa humanidad cometidos por los estados, prescindiendo de la fecha en que ocurrieron. Desde los juicios de Nuremberg al terminar la Segunda Guerra Mundial hasta el tratado de Roma, de 1998, la distinción era nítida. Con pocos días de diferencia a esta denuncia la Policía Federal elevó al turbio juez Arnaldo Corazza una propuesta de utilizar “técnicas de perfilación criminal” para realizar una “autopsia psicológica de López” y así conocer “su personalidad y su entorno socio-familiar, focalizando en los últimos días de su vida y sus factores de riesgo”. La propuesta, con participación de la Gendarmería, de la policía judicial de Córdoba, de un profesor de la Universidad de Buenos Aires y de la Policía Federal de Investigación Criminal de Alemania consiste en reunir elementos “para hacer inferencias sobre el estado mental de la persona bajo estudio” y “sospechar los motivos de su ausentismo”. Para ello estudiarían todas las declaraciones de López y entrevistarían a “familiares y a personas allegadas”. En un reportaje acerca de la reapertura de la causa Rucci el ex jefe montonero Roberto Cirilo Perdía dijo que se intentaba reimplantar “en los niveles más altos la teoría de los dos demonios” y señaló como responsable al poder económico, sector “que los Kirchner no afectaron en lo más mínimo” y cuya “reaparición se produce frente a un gobierno que se está yendo, que está perdiendo su fuerza”.
Página/12, 28/09/08
Mi abuela era peronista y todos presumían que ese discurso de Perón podía ser el último. Ella no se lo quería perder y me llevó porque, supongo, no tenía con quién dejarme. Ella estaba entre los que se quedaron. Había estado en la Resistencia, era trabajadora textil, los Montoneros le caían simpáticos por lo de Aramburu, pero el día que mataron a Rucci los empezó a odiar. Ese fue su límite en un tiempo sin límites.La anécdota y la licencia de la primera persona implican una toma de postura sobre la historiografía de los ’70, donde abundan los relatos que anulan cualquier rasgo de contradictoria humanidad a los protagonistas. Por eso, ahora que el crimen de Rucci vuelve a ser materia de libros, debates periodísticos e investigaciones judiciales, desde Veintitrés nos propusimos rescatar dos voces silenciadas en esta trama dolorosa.María Inés Roqué tiene derecho a la palabra. Es la hija de Julio Iván Roqué, cuyo nombre de guerra era “Lino”. Para ella, directora de cine, actualmente radicada en México, el combatiente montonero es “Papá Iván”, a quien rescató en un emotivo e íntimo documental que lleva, precisamente, ese título: “Era un tipo muy divertido. Era un maestro, educador de alma. Muy simpático y cariñoso, teníamos muchos animales y él nos enseñaba muchas cosas sobre los animales y la naturaleza”.Estando clandestino, el 26 de agosto de 1972, cuando María Inés tenía seis años, Roqué le escribió una carta a ella y a su hermano: “Les escribo por temor a no poderles explicar nunca lo que pasó conmigo, porque los dejé de ver cuando todavía me necesitaban mucho y porque no aparecí a verlos nunca más. Aunque sé perfectamente que la mamá les habrá ido explicando la verdad, prefiero dejarles mis propias palabras en el caso de que yo muera antes de que lleguen a la edad de entender bien las cosas (…) Y si me toca morir antes de haber vuelto a verlos, estén seguros que caeré con dignidad y que jamás tendrán que avergonzarse de mí (…) Un gran abrazo y muchos besos de un papá desconsolado que no los olvida nunca, pero que no se arrepiente de lo que está haciendo. Ya saben: libres o muertos, jamás esclavos. Papá Iván”.Según el libro Operativo Traviata, del periodista Ceferino Reato, el papá de María Inés fue el ejecutor de Rucci. Era un experto tirador entrenado en Cuba, marxista de origen, que llegó a Montoneros desde las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), cuando ambas organizaciones guerrilleras se fusionaron. Roqué pagó con su vida el compromiso con la política militarista de Montoneros: cuatro años después del asesinato del sindicalista, murió tiroteándose con un grupo de tareas en la localidad de Haedo, el 29 de mayo de 1977. Fue también una víctima de la tragedia.“Pregunté mucho, pero no tengo una respuesta clara al respecto”, confiesa su hija. “No leí el libro de Reato, desconozco lo que dice, así que no puedo opinar”, se sincera.-Y si abrieras las páginas del libro que relata la manera en que tu papá asesina a Rucci, ¿cómo creés que reaccionarías?-Yo puedo ser muy fría. A mí no me asusta. Hice documentales sobre combatientes y entiendo cuál es el papel del soldado y qué se juega en distintas guerras. A María Inés, la elección de su padre por la lucha armada no le resulta indiferente: “Creo que estuvo justificada en las diferencias sociales. En Argentina, como en otros países, formaba parte de un movimiento que tenía como meta revertir programas económicos fundados en la injusticia y la explotación”.Ella no tiene temor a la verdad. Cree en el derecho de las sociedades a revisar su pasado: “Es necesario. La interpretación de lo sucedido va más allá del ejercicio de la Justicia”. Y agrega: “La lucha armada era un instrumento último y necesario, cuando los canales democráticos no se respetaban”.Aníbal Rucci es el hijo de José, la víctima de Roqué. Y recuerda que a su papá lo mataron en democracia: “Suponiendo que lo mató la guerrilla, como dice el libro de Reato, que es producto de una investigación importante, hay que aclarar que Montoneros formaba parte del gobierno, desde la época de Cámpora, donde ocupaban puestos clave hasta en las gobernaciones”.“La Justicia debe actuar. Tienen que estar presos los milicos que torturaron y mataron, por supuesto, pero eso no quita que el asesinato de mi padre tenga que quedar impune. Llegado el momento, si se llegara a descubrir a los autores intelectuales y materiales, debería ser considerado un crimen de lesa humanidad”, opina.Y quiere aclarar algo importante: “Nosotros no convalidamos el accionar de la dictadura. Ellos cometieron un genocidio. Hay sectores que van a querer politizar este caso, y nosotros no queremos prestarnos a ningún sector, llámese Pando o quien sea. No se debe mezclar el crimen de mi padre con los de la dictadura, porque a mi padre, si no lo hubiesen matado en el ’73, hoy sería un desaparecido. Nadie en la familia Rucci está en contra del juzgamiento a los militares ni de que las Abuelas recuperen a sus nietos. Nosotros no pagamos con la misma moneda”. Dos hijos, dos padres muertos y una herida que no termina de cerrar. Estos son los hechos objetivos. El propio Reato, en parte responsable del ineludible debate entre “verdad histórica” y “teoría de los dos demonios”, se excusa en el prólogo de su libro y advierte, con buen tino, que hubo “un solo demonio”, el Estado terrorista, pero que los grupos guerrilleros deberían responder por sus crímenes. No hay motivos para descreer de la honestidad intelectual del planteo de Reato, aunque el copete de tapa del libro sea un vívido elogio escrito por Joaquín Morales Solá, a quien la política de derechos humanos K le disgusta por “revanchista”. Morales Solá dice, rescatando el trabajo de Reato: “Quizá sea impolítico ahora investigar el crimen de José Rucci en tiempos en que no habla de los asesinatos de la organización Montoneros”. ¿Cómo no olfatear cierto aire de indignante satisfacción en sus palabras por la confirmación de que algunas de las víctimas del genocidio argentino fueron antes victimarios?¿Cómo no ponerse en guardia cuando los que dicen querer la verdad completa la ignoraron durante tanto tiempo? Hay que decir tres cosas.1) Los montoneros cometieron errores gravísimos y crímenes injustificables.2) La versión más conocida de ellos es la fabricada por las usinas intelectuales y periodísticas del terrorismo estatal, nunca juzgadas. 3) Cuando los finalmente derrotados se proponen contar los años de la tragedia, apelan a un espíritu de epopeya que confunde verdad con reivindicación acrítica.¿Es tan difícil reconocer que lo mejor de la mejor generación de los últimos 40 años, por su desapego a los bienes materiales y por sus convicciones -donde entraba la discusión política por un país mejor- antes de ser diezmada, cometió el gravísimo pecado, ya no de la violencia, sino el de la soberbia? Los jefes montoneros sobrevivientes no lo admiten, aunque lo saben. Ellos insisten en el relato heroico porque otro los pondría en la aceptación de lo que cualquier ser humano decente intenta evitar: que los igualen con sus enemigos torturadores que violaron todas las convenciones de la guerra en lo que fue una cacería despiadada.Quizá haya llegado el tiempo de que esta historia ya no la cuenten los periodistas que aplaudieron a Bussi, ni los montoneros cazadores de utopías.En eso estamos.
Investigación: Jorge Repiso
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Entrevista a Roberto Cirilo Perdía, jefe montonero“La fisura entre Rucci y Montoneros es innegable”Por Diego RojasRoberto Cirilo Perdía es uno de los tres comandantes montoneros que permanece con vida, junto a Fernando Vaca Narvaja y Mario Roberto Firmenich. La ofensiva por reinstalar la teoría de los dos demonios en el debate social plantea una consecuencia práctica: si esa alternativa llegara a la Justicia, Perdía podría ser sentado en el banquillo de los acusados por el crimen de José Ignacio Rucci. Sindicados como autores del hecho, sin embargo, los Montoneros nunca admitieron –como sí lo hicieron en el caso de los ajusticiamientos del general Aramburu o del dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor– su responsabilidad. En una entrevista exclusiva con Veintitrés, Perdía revivió aquel acontecimiento.–Tres años después de su integración a Montoneros, Cámpora asume el gobierno, Perón regresa, se convierte en presidente y, días después, se produce el atentado que finaliza con la vida de Rucci.–Hubo dos hechos gravitantes que determinaron la fuerza de Montoneros y su inserción popular. Uno fue la ejecución de Aramburu. El segundo fue participar en las elecciones. En ese marco, desde el primer regreso de Perón, en noviembre de 1972, hasta su segundo regreso, en junio de 1973, la coyuntura transformó a Montoneros en la fuerza política hegemónica de la Argentina. Fueron seis meses de ímpetu y vorágine de acontecimientos. –¿La muerte de Rucci fue un factor para el retroceso de ese estado?–Perón siempre decía que los movimientos nacionales están anclados en procesos históricos más generales. A fines de los sesenta, el imperialismo está débil. Esto dura hasta el ’72, cuando Nixon separa la cotización del dólar del oro y Estados Unidos renueva su hegemonía en el mundo bajo un modelo de acumulación financiera. Llegamos a la victoria justo cuando el imperialismo recompone su situación. En abril del ’73 nos reunimos con Perón. En ese momento, Cámpora llega para ofrecerle la victoria y Perón decide que estemos presentes Fernando Vaca Narvaja, Roberto Quieto y yo. Para Cámpora eso es signo de que nosotros mandábamos. Discutimos con Cámpora y Perón desde el gabinete hasta los jefes militares. –Luego Perón gira hacia la derecha.–En la reunión Perón traza un panorama optimista respecto a la coyuntura de Latinoamérica. Decía que con Allende hablaba todas las semanas: “Vamos a avanzar y a los gringos esta vez los paramos”. Unos meses después, en Uruguay se produce la bordaberrización; en Bolivia se consolida el gobierno de Bánzer y, por último, el 11 de septiembre se produce la muerte de Allende y el pinochetazo. En seis meses cambió el mapa del Cono Sur. Esto explica el viraje: Perón concluye que después de Allende viene él. Taiana cuenta que después del Golpe, Perón pasó dos días llorando. Su proyecto se desplomaba. Entonces se profundiza su retroceso.–Catorce días después se produce el asesinato de Rucci.–Antes pasa Ezeiza, en julio de 1973. Fue una emboscada de Osinde y López Rega equivalente al golpe de Chile. Detrás también está el imperialismo. ¿Qué hubiera pasado si Perón se encontraba con su pueblo? Eran dos millones de personas cuya mayor parte estaba identificada, no organizada, con los Montoneros. A partir de la masacre comienza la decadencia de Montoneros, su crisis en cuanto a inserción política y social y la agudización de la crisis con Perón. Sobre Rucci hay cosas que conviene destacar. El enfrentamiento con el sindicalismo estaba claro. Los protagonistas de la primera resistencia habían sido casi de manera excluyente las organizaciones sindicales. En el ’66 empieza una nueva resistencia comandada por la juventud peronista. Y se da un choque entre la primera y la segunda resistencia por áreas de influencia, mayor o menor peso interno y planteos ideológicos diferenciados. No se puede analizar a Rucci sin ese marco. En ningún momento de la historia Montoneros asumió la autoría de ese hecho. Si intervinieron o no montoneros, no lo sé. Fuimos la principal víctima en términos políticos, porque significó un ahondamiento en la fractura del movimiento popular que facilitó las condiciones para el Golpe de Estado posterior. De cualquier manera, no conozco ni un solo compañero que en estos treinta y cinco años haya dicho: “Yo participé”. Es un dato que hubiera trascendido. –Reato plantea que fue una operación planificada y realizada militarmente por la máxima conducción de Montoneros. Y plantea que Montoneros, ante el viraje de Perón, le tira un muerto para pasarle una factura.–Choca con la realidad, porque nunca fue planteado públicamente. Las balas que mataron a Rucci pudieron partir de diferentes trincheras, pero las miradas apuntaron a nosotros. En una reunión con los gobernadores, Perón nos declara la guerra. Nos asimilan con el ERP ante la opinión pública y hacia adentro del movimiento tratan de aislarnos. Una semana después en El Descamisado planteamos en un editorial que éramos todos culpables del asesinato de Rucci (lee): “Aquí son las causas lo que importa. Revisar qué provocó esa violencia y qué es lo que hay que cambiar para que se borre entre nosotros”. –En el libro de Reato, Ricardo Grassi, miembro de la redacción de El descamisado, cuenta cómo llegó Firmenich y dijo: “Fuimos nosotros”. Dice que la Conducción Nacional les pidió que elogiaran el hecho, pero no tanto.–Sobre este hecho no puedo opinar, lo desconozco.–Pero era una acción que estaba anunciada en las consignas de Montoneros: “Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo que le pasó a Vandor”.–Si vamos a fiarnos de las consignas… El otro día vi una pintada que decía: “Cobos acordate de Vandor”. En ningún momento negamos las diferencias con Rucci. Cuando nos reunimos con Lorenzo Miguel nos dice que ellos no habían planificado lo que pasó en Ezeiza. Veníamos de una campaña electoral que duró tres meses, protagonizada por millones de argentinos y no hubo ningún muerto, pese a la confrontación constante. Ezeiza para nosotros iba a ser lo mismo. Miguel dice que hubo alguna otra mano que metió sus uñas para cambiar el proceso. Rucci formaba parte de eso, dicho por el propio Lorenzo. Con Rucci estaba todo mal, pero eso no quiere decir que fuéramos nosotros los responsables del suceso.–¿Existían razones para que Montoneros hubiera ajusticiado a Rucci? –Había diferencias políticas que en ese momento no estábamos resolviendo de esa manera.–¿La militancia montonera no asumía como propio este hecho?–Seguro. Esto tiene su reflejo en variadas muestras de simpatía hacia ese hecho que se vieron en la militancia. La fisura entre Rucci y Montoneros es innegable. Pero si hubo un perjudicado político, por fuera del dolor de los familiares, fue Montoneros. –Si un montonero hubiera protagonizado el ajusticiamiento, ¿usted lo consideraría un error?–Absolutamente.–Una campaña intenta revitalizar la teoría de los dos demonios y trata de llevar este y otros hechos ante la Justicia. ¿Tiene temor de ir preso?–En la justicia se están dando las condiciones para reestablecer en los niveles más altos la teoría de los dos demonios. Este gobierno, si bien practica una justa resolución para condenar a los responsables del genocidio a nivel militar, no hace nada para develar el poder económico sobre el cual se gestó el Golpe de Estado. Al no haber revelado a ese poder económico, ese poder vuelve y esgrime esta salida. Los Kirchner no afectaron en lo más mínimo a ese sector que, en la Justicia, plantea la cuestión de los dos demonios. Y apunta a una campaña cultural para afianzar este objetivo. Lo que siento no se define por la palabra temor. La oportunidad perdida de haber juzgado a los militares y a los responsables económicos del Golpe me produce dolor. La reaparición de estos sectores se produce frente a un gobierno que se está yendo, que está perdiendo su fuerza.–Quieren sentarlo en el banquillo de los acusados como miembro de la dirección de Montoneros. –La suerte de las personas es absolutamente secundaria en el destino de los pueblos. Entonces el temor en el ámbito personal que se pueda tener ante un hecho histórico es totalmente secundario. Se quiere hacer creer que fue un enfrentamiento entre locos de un lado y de otro. Hablemos de las causas que llevaron a esos hechos.–Pero es conciente de que quieren que usted vaya preso.–Claro, eso es obvio. –Mirando su pasado como jefe montonero, ¿pesan más los arrepentimientos o las reivindicaciones de los hechos que protagonizó su organización?–Arrepentimiento es una palabra que no uso. Sí tengo muchas autocríticas. Pero no me autocritico ni me arrepiento del camino tomado. El que no reconozca error en su vida, allá él. Pero el camino que elegí me parece absolutamente legítimo.
Veintitres
Entrevista a Ceferino Reato, autor de Operación Traviata“Hay una demanda de verdad sobre los crímenes de los Montoneros”Por T.E.Ceferino Reato es autor de Operación Traviata, el libro con el que se planteó dar con la verdadera historia detrás del asesinato del dirigente sindical José Ignacio Rucci. En su tapa se destaca una elogiosa frase –a modo de breve prólogo– del columnista de La Nación Joaquín Morales Solá. En un extracto de la misma señala: “Quizá sea impolítico ahora investigar el crimen de José Rucci en tiempos en que no se habla de los asesinatos de la organización Montoneros”.El libro tuvo repercusión y venta, y es una pieza importante en el debate que se abrió por estos días sobre si los muertos que dejó el accionar guerrillero deben ser considerados crímenes de lesa humanidad. Reato responde: “No tengo una opinión formada, quiero escuchar qué dice cada sector. Algunos sostienen que no, porque no fueron crímenes cometidos por un organismo estatal. Luís Moreno Ocampo, en cambio, dice que sí, que los grupos guerrilleros pueden cometer crímenes de lesa humanidad. Hay quienes señalan que depende de cuándo se firmó el Estatuto de Roma (N. de R.: se firmó en 1998, en la Conferencia Plenipotenciaria de la ONU, donde se estableció una Corte Penal Internacional, encargada entre otros temas de los crímenes de lesa humanidad). No tengo información jurídica. Mi objetivo con el libro no es el tema judicial. No soy ni juez, ni fiscal, ni policía. La verdad es lo más importante, ese es mi objetivo”.–¿Qué implicancias políticas tiene este tema?–No es sólo un caso jurídico. En la Argentina, como en otros países, estos casos tienen un contenido político muy fuerte. Los jueces y fiscales ven cuál es el clima político para decidir. Hace un año, el clima político estaba más hegemonizado por el kirchnerismo. Ahora hay otra cuestión. En dos años el clima será distinto. Desde un punto de vista progresista, no hay que dejar este tema a la derecha antidemocrática autoritaria. La democracia, que va a cumplir 25 años, debería dar una respuesta: hay una demanda de verdad sobre los crímenes de los Montoneros o del ERP.–¿Cree que el libro hace un aporte a la reconciliación histórica?–No lo sé. Uno es un periodista, los objetivos son modestos. Y la verdad es importante. Tenemos instrumentos como el secreto de fuentes, que bien usados pueden servir mucho. Eso sí, como decía antes, hay que tener cuidado para que el develar cosas alrededor de los crímenes de la guerrilla no sea utilizado para inhibir todo lo bueno que hemos avanzado en investigar los crímenes del Estado, en juzgar a los responsables, en saber cómo fue la represión y en identificar los restos de los desaparecidos. Y completar ese paradigma con otro, que nos permita averiguar por los errores y crímenes de la guerrilla.–Usted trabajó como asesor de Esteban Caselli en la embajada argentina en el Vaticano durante el menemismo. ¿Cómo valora la prédica eclesiástica a favor de la reconciliación?–Sí, fui asesor de prensa, pero no soy un hombre de la Iglesia. Soy católico. Tengo dos divorcios, mi pertenencia es bastante limitada. Sé cómo piensa la jerarquía eclesiástica, ese es un diseño de una institución poderosa que no me alcanza a mí. Además, el libro, si tiene una virtud, es que está parado en la ausencia de intereses. La gente percibe eso, no está hecho por un sector sindical, por la familia Rucci. Es un libro histórico sobre un tema que había quedado sepultado. Y hay algo: la gente quiere saber cuáles fueron los crímenes de la guerrilla. Si los sectores progresistas son hábiles, tienen que poder satisfacer esta demanda.
Veintitres
Rucci y López
Por Horacio Verbitsky
Avanzan a buen ritmo las operaciones para deslegitimar y/o detener los juicios por los crímenes del terrorismo de Estado que desde hace muchos años impulsan los organismos defensores de los derechos humanos y que en 2008 se extendieron a todo el país con condenas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Tucumán, Córdoba, La Plata y Corrientes. En los últimos días hubo manifestaciones teóricas y prácticas de este intento regresivo. Un editorial del diario La Nación sostuvo que era insostenible la doctrina de la Corte Suprema de Justicia respecto de los crímenes de lesa humanidad. Llegó a insinuar que los jueces terminarían siendo cómplices de crímenes de lesa humanidad si no revisaran esa jurisprudencia, por la cual la persecución penal se limita al Estado y no se extiende a quienes militaron en organizaciones político-militares. En forma casi simultánea, el hijo del coronel Argentino del Valle Larrabure sostuvo que las guerrillas eran organizaciones paraestatales argentino-cubanas, de modo que los delitos cometidos por sus miembros tampoco habrían prescripto. El periodista Ceferino Reato publicó el libro Operación Traviata, en el que confirma lo que hace muchos años se sabe, sobre la autoría montonera del asesinato del secretario general de la CGT José Ignacio Rucci en 1973. Sostiene que dos de las personas que participaron no fueron desaparecidas ni asesinadas después por la dictadura. Los hijos de Rucci, con el patrocinio del ex ministro duhaldista Jorge Casanovas, pidieron conocer quiénes son esas personas, que Reato no nombra. El secretario general de la CGT Hugo Moyano los apoyó, el fiscal Patricio Evers dictaminó a favor de esa pretensión y el juez Ariel Lijo dispuso reabrir la causa, incorporar el libro como prueba y citar como testigo al autor. Todo esto ocurrió en el lapso de diez días. Si identifica a los presuntos responsables, Lijo deberá decidir si puede procesarlos o los 35 años transcurridos han hecho cesar esa posibilidad. Al mismo tiempo que estas cosas ocurrían en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en La Plata la esposa y los hijos de Jorge Julio López, patrocinados por los abogados Alfredo Gascón y Hugo Wortman Jofré, en nombre de una Fundación Soporte, querellaron a los jueces del tribunal que condenó a Miguel Etchecolatz, a los fiscales y a los organismos defensores de los derechos humanos que intervinieron en representación de López, porque sabían que corría riesgos y omitieron protegerlo. Esta extraña presentación afirma que López “jamás militó ni adhirió a ninguna agrupación subversiva” y que sólo acudía a una Unidad Básica para realizar “actividades sociales y comunitarias”. En el juicio el albañil dijo que había pertenecido a Montoneros y acusó a Mario Firmenich de haberse llevado el dinero de la organización, dejando inermes a los militantes. Gascón fue abogado defensor del banquero Pablo Trusso, del juez Amílcar Vara cuando fue destituido por encubrir las desapariciones del estudiante Miguel Bru y el obrero Andrés Núñez, a manos de policías bonaerenses. Ahora defiende a la mujer policía que noviaba con uno de los tres policías asesinados en la planta transmisora de La Plata y con uno de los sospechosos del crimen. Wortman Joffré es el socio de Luis Moreno Ocampo que quedó a cargo del estudio cuando el ex fiscal asumió en el Tribunal Penal Internacional, desde el que también intenta equiparar los atentados de la guerrilla con los crímenes de lesa humanidad cometidos por los estados, prescindiendo de la fecha en que ocurrieron. Desde los juicios de Nuremberg al terminar la Segunda Guerra Mundial hasta el tratado de Roma, de 1998, la distinción era nítida. Con pocos días de diferencia a esta denuncia la Policía Federal elevó al turbio juez Arnaldo Corazza una propuesta de utilizar “técnicas de perfilación criminal” para realizar una “autopsia psicológica de López” y así conocer “su personalidad y su entorno socio-familiar, focalizando en los últimos días de su vida y sus factores de riesgo”. La propuesta, con participación de la Gendarmería, de la policía judicial de Córdoba, de un profesor de la Universidad de Buenos Aires y de la Policía Federal de Investigación Criminal de Alemania consiste en reunir elementos “para hacer inferencias sobre el estado mental de la persona bajo estudio” y “sospechar los motivos de su ausentismo”. Para ello estudiarían todas las declaraciones de López y entrevistarían a “familiares y a personas allegadas”. En un reportaje acerca de la reapertura de la causa Rucci el ex jefe montonero Roberto Cirilo Perdía dijo que se intentaba reimplantar “en los niveles más altos la teoría de los dos demonios” y señaló como responsable al poder económico, sector “que los Kirchner no afectaron en lo más mínimo” y cuya “reaparición se produce frente a un gobierno que se está yendo, que está perdiendo su fuerza”.
Página/12, 28/09/08
jueves, 25 de septiembre de 2008
Rucci. Opinión de la revista La Otra
Historias para no dormir
Por Oscar A. CuervoSe están por cumplir 35 años del asesinato de Rucci y se vuelve a hablar del asunto. En estos días ha salido un libro de Ceferino Reato que cuenta la historia, Operación Traviata, que inmediatamente se ha convertido en éxito de ventas.
Ayer a la noche vi una entrevista que le hizo Gerardo Rozín al autor. No sé quién es Reato, ni qué tal será su libro, pero la charla con Rozín fue lo suficientemente interesante como para darme ganas de leerlo.
Me parece que Reato sentó algunas tesis súmamente inteligentes para meterse con la cuestión: la necesidad de no plantear este episodio de un modo maniqueo, no someterlo a una moralidad exterior a la época en la que los hechos sucedieron, comprender el valor humano de estos personajes, tanto de Rucci como de quienes lo asesinaron, hacerse cargo de la tragedia que significa para la sociedad argentina que unos y otros hayan muerto en estos enfrentamientos. Dijo Reato, refiriéndose a Rucci y a los que lo mataron, que hoy la sociedad argentina los necesitaría y que le daba mucha rabia que la violencia de nuestra historia nos haya hecho perderlos. Me parece que nunca escuché decir esto, al menos no con la serenidad con que Reato lo decía, sin instrumentar el tratamiento de un episodio tan controvertido en función de las mezquindades y los intereses subalternos que nos resultan tan habituales.
Creo que la Argentina ya está madura para pensar en esta cuestión. Hasta hace poco, cualquier discusión sobre la violencia de los 70 estaba obturada porque el Estado mantenía una comunidad jurídica y política con las doctrinas y las personas que instalaron el terrorismo estatal de los 70. Un estado que no asumía su responsabilidad jurídica en la masacre nos envolvía a todos como cómplices. La reactivación de los juicios, la derogación de las leyes y decretos de impunidad, el desmantelamiento de los campos de concentración, el pedido oficial de disculpas a las víctimas del terrorismo, la destitución de los retratos de los dictadores en edificios oficiales han sido gestos y posicionamientos de los años recientes: hasta que estas decisiones no se hubieran tomado los crímenes del estado argentino perduraban en su ejecución y todos los ciudadanos de esta república los seguíamos consintiendo. Esto no quiere decir que en la Argentina actual haya un respeto irrestricto de los derechos humanos, sino que la continuidad del estado terrorista ha cesado.
Entonces es un buen momento para discutir lo que pasó en los 70. No creo que la cosa pase por equiparar los asesinatos cometidos por las organizaciones armadas con los del estado terrorista, como si en ambos casos se tratara de crímenes de lesa humanidad (cosa que es tan común escuchar en estos días, en un remozamiento de la doctrina de los dos demonios). Me parece que el sistema jurídico debe reservarse una última diferencia para tratar de un modo distinto a quienes montan desde el estado un sistema criminal, porque es precisamente el estado el que debe velar para que se cumpla la ley y es inexcusable que se usen esos resortes del poder para vulnerarla. Por más crueles y despiadados que puedan ser los crímenes cometidos por organizaciones insurgentes, la diferencia entre una y otra cosa debe ser mantenida a rajatabla. El estado no debe poder matar en absoluto, por lo cual esos crímenes deben ser tratados como dirigidos contra el propio estado de derecho.
Dicho esto, un asesinato es un asesinato y eso fue lo que hicieron con Rucci. Lo más interesante de este caso es quién era Rucci, cuáles fueron las “razones políticas” que sostuvieron su condena a muerte. Sin conocer a fondo su historia, parece que Rucci fuera el más típico representante de la burocracia sindical y, por esto mismo, un ejemplo claro de un tipo de dirigente social generado en el seno de peronismo. No se entiende a la burocracia sindical sin comprender la historia del peronismo, así como no se puede comprender el peronismo si se prescinde de la ambivalencia inagotable de tipos como Vandor, Alonso, Rucci, Lorenzo Miguel, Oscar Rodriguez, Ubaldini, Moyano. No todos son iguales, cada uno tiene lo suyo, pero hay una matriz común: llevan el código genético del movimiento peronista y no se puede condenarlos ligeramente sin perder de vista la compleja riqueza del tipo de poder que ellos encarnan.
Que una organización armada con aspiraciones revolucionarias -como presuntamente eran los Montoneros- haya llegado a convencerse de la necesidad de matar a un sindicalista como Rucci, que hayan concebido la posibilidad de que “tirar un cadáver en la mesa de negociación” los iba a posicionar mejor frente a Perón, que esa fuera la manera de tramitar el poder -a la que ni Perón ni el resto de la dirigencia política argentina de la época podían declararse ajenos-, todo esto es uno de los nudos más difíciles de desatar para entender qué pasó, qué hicimos como sociedad.
La idea de que Perón iría a negociar cuando le “tiraran el fiambre”, un par de días después del aplastante triunfo de la fórmula Perón-Perón en las urnas (64 %), es de una torpeza política -para no hablar de la dimensión ética del crimen- que marca el grado de delirio que dominaba a la historia de esos días. Si así pensaban los que podían y querían transformar a la sociedad argentina, la cosa no podía terminar sino en una tremenda tragedia.
Reato señala una diferencia importante respecto de la política del ERP: esta organización de corte marxista-leninista adoptó una posición mucho más clara cuando el peronismo accedió al poder en el 73; se mantuvieron en la clandestinidad y siguieron operando contra la policía y el ejército, pero no contra los dirigentes políticos elegidos en las urnas. Esta sería una diferencia muy neta con la política militar montonera, mucho más ambigua, pugnando a la vez por ocupar espacios de poder en el estado y ejerciendo la violencia contra los “enemigos internos” del movimiento peronista. No sé si hay documentos que avalen esta tesis de Reato, pero lo que él dice resulta verosímil. ¿Hubo operaciones del ERP contra dirigentes políticos del gobierno civil?
El asunto es que los Montoneros creían posible tomar el poder matando a tipos como Rucci, sin ser capaces de establecer un matiz diferencial entre un burócrata sindical y el aparato asesino de la Triple A o un dictador como Aramburu. Esto que digo tampoco pretende justificar el asesinato de Aramburu, pero sí diferenciar el rol político que cada uno de ellos tuvo en la historia, para captar la lógica que puede haber llevado a los Montoneros a la conclusión de que tenían que matar a Rucci.
Reato cuenta un episodio interesante: cuando Perón se entera del asesinato de Rucci, su primera reacción fue convocar a algunos dirigentes cercanos a la JP (Reato nombra a Nilda Garré entre ellos) para mandarles un mensaje a los Montoneros: que ellos salieran a desmentir la autoría del hecho. Perón tenía esperanzas de que no hubieran sido los Montos sino el ERP los que mataron a Rucci. Garré y otra persona fueron a llevar el mensaje a la dirigencia montonera, a lo que ellos respondieron: “no podemos salir a desmentir nuestra autoría, por razones obvias”.
Así como los Montos creían posible que Perón negociara ante esta “demostración de fuerza”, Perón guardaba una esperanza de que ellos no hubieran sido capaces de matar al líder de la CGT. Entre personas no precisamente ingenuas, este desencuentro aparece hoy bajo una luz patética.
Voy a leer el libro de Reato.
Publicado por Oscar Cuervo
Por Oscar A. CuervoSe están por cumplir 35 años del asesinato de Rucci y se vuelve a hablar del asunto. En estos días ha salido un libro de Ceferino Reato que cuenta la historia, Operación Traviata, que inmediatamente se ha convertido en éxito de ventas.
Ayer a la noche vi una entrevista que le hizo Gerardo Rozín al autor. No sé quién es Reato, ni qué tal será su libro, pero la charla con Rozín fue lo suficientemente interesante como para darme ganas de leerlo.
Me parece que Reato sentó algunas tesis súmamente inteligentes para meterse con la cuestión: la necesidad de no plantear este episodio de un modo maniqueo, no someterlo a una moralidad exterior a la época en la que los hechos sucedieron, comprender el valor humano de estos personajes, tanto de Rucci como de quienes lo asesinaron, hacerse cargo de la tragedia que significa para la sociedad argentina que unos y otros hayan muerto en estos enfrentamientos. Dijo Reato, refiriéndose a Rucci y a los que lo mataron, que hoy la sociedad argentina los necesitaría y que le daba mucha rabia que la violencia de nuestra historia nos haya hecho perderlos. Me parece que nunca escuché decir esto, al menos no con la serenidad con que Reato lo decía, sin instrumentar el tratamiento de un episodio tan controvertido en función de las mezquindades y los intereses subalternos que nos resultan tan habituales.
Creo que la Argentina ya está madura para pensar en esta cuestión. Hasta hace poco, cualquier discusión sobre la violencia de los 70 estaba obturada porque el Estado mantenía una comunidad jurídica y política con las doctrinas y las personas que instalaron el terrorismo estatal de los 70. Un estado que no asumía su responsabilidad jurídica en la masacre nos envolvía a todos como cómplices. La reactivación de los juicios, la derogación de las leyes y decretos de impunidad, el desmantelamiento de los campos de concentración, el pedido oficial de disculpas a las víctimas del terrorismo, la destitución de los retratos de los dictadores en edificios oficiales han sido gestos y posicionamientos de los años recientes: hasta que estas decisiones no se hubieran tomado los crímenes del estado argentino perduraban en su ejecución y todos los ciudadanos de esta república los seguíamos consintiendo. Esto no quiere decir que en la Argentina actual haya un respeto irrestricto de los derechos humanos, sino que la continuidad del estado terrorista ha cesado.
Entonces es un buen momento para discutir lo que pasó en los 70. No creo que la cosa pase por equiparar los asesinatos cometidos por las organizaciones armadas con los del estado terrorista, como si en ambos casos se tratara de crímenes de lesa humanidad (cosa que es tan común escuchar en estos días, en un remozamiento de la doctrina de los dos demonios). Me parece que el sistema jurídico debe reservarse una última diferencia para tratar de un modo distinto a quienes montan desde el estado un sistema criminal, porque es precisamente el estado el que debe velar para que se cumpla la ley y es inexcusable que se usen esos resortes del poder para vulnerarla. Por más crueles y despiadados que puedan ser los crímenes cometidos por organizaciones insurgentes, la diferencia entre una y otra cosa debe ser mantenida a rajatabla. El estado no debe poder matar en absoluto, por lo cual esos crímenes deben ser tratados como dirigidos contra el propio estado de derecho.
Dicho esto, un asesinato es un asesinato y eso fue lo que hicieron con Rucci. Lo más interesante de este caso es quién era Rucci, cuáles fueron las “razones políticas” que sostuvieron su condena a muerte. Sin conocer a fondo su historia, parece que Rucci fuera el más típico representante de la burocracia sindical y, por esto mismo, un ejemplo claro de un tipo de dirigente social generado en el seno de peronismo. No se entiende a la burocracia sindical sin comprender la historia del peronismo, así como no se puede comprender el peronismo si se prescinde de la ambivalencia inagotable de tipos como Vandor, Alonso, Rucci, Lorenzo Miguel, Oscar Rodriguez, Ubaldini, Moyano. No todos son iguales, cada uno tiene lo suyo, pero hay una matriz común: llevan el código genético del movimiento peronista y no se puede condenarlos ligeramente sin perder de vista la compleja riqueza del tipo de poder que ellos encarnan.
Que una organización armada con aspiraciones revolucionarias -como presuntamente eran los Montoneros- haya llegado a convencerse de la necesidad de matar a un sindicalista como Rucci, que hayan concebido la posibilidad de que “tirar un cadáver en la mesa de negociación” los iba a posicionar mejor frente a Perón, que esa fuera la manera de tramitar el poder -a la que ni Perón ni el resto de la dirigencia política argentina de la época podían declararse ajenos-, todo esto es uno de los nudos más difíciles de desatar para entender qué pasó, qué hicimos como sociedad.
La idea de que Perón iría a negociar cuando le “tiraran el fiambre”, un par de días después del aplastante triunfo de la fórmula Perón-Perón en las urnas (64 %), es de una torpeza política -para no hablar de la dimensión ética del crimen- que marca el grado de delirio que dominaba a la historia de esos días. Si así pensaban los que podían y querían transformar a la sociedad argentina, la cosa no podía terminar sino en una tremenda tragedia.
Reato señala una diferencia importante respecto de la política del ERP: esta organización de corte marxista-leninista adoptó una posición mucho más clara cuando el peronismo accedió al poder en el 73; se mantuvieron en la clandestinidad y siguieron operando contra la policía y el ejército, pero no contra los dirigentes políticos elegidos en las urnas. Esta sería una diferencia muy neta con la política militar montonera, mucho más ambigua, pugnando a la vez por ocupar espacios de poder en el estado y ejerciendo la violencia contra los “enemigos internos” del movimiento peronista. No sé si hay documentos que avalen esta tesis de Reato, pero lo que él dice resulta verosímil. ¿Hubo operaciones del ERP contra dirigentes políticos del gobierno civil?
El asunto es que los Montoneros creían posible tomar el poder matando a tipos como Rucci, sin ser capaces de establecer un matiz diferencial entre un burócrata sindical y el aparato asesino de la Triple A o un dictador como Aramburu. Esto que digo tampoco pretende justificar el asesinato de Aramburu, pero sí diferenciar el rol político que cada uno de ellos tuvo en la historia, para captar la lógica que puede haber llevado a los Montoneros a la conclusión de que tenían que matar a Rucci.
Reato cuenta un episodio interesante: cuando Perón se entera del asesinato de Rucci, su primera reacción fue convocar a algunos dirigentes cercanos a la JP (Reato nombra a Nilda Garré entre ellos) para mandarles un mensaje a los Montoneros: que ellos salieran a desmentir la autoría del hecho. Perón tenía esperanzas de que no hubieran sido los Montos sino el ERP los que mataron a Rucci. Garré y otra persona fueron a llevar el mensaje a la dirigencia montonera, a lo que ellos respondieron: “no podemos salir a desmentir nuestra autoría, por razones obvias”.
Así como los Montos creían posible que Perón negociara ante esta “demostración de fuerza”, Perón guardaba una esperanza de que ellos no hubieran sido capaces de matar al líder de la CGT. Entre personas no precisamente ingenuas, este desencuentro aparece hoy bajo una luz patética.
Voy a leer el libro de Reato.
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