Recién a mediodía de ayer
se supo la razón del encierro en el que se mantuvo
Cristina en e
l Marriot de Santiago de Chile desde la tarde del sábado, cuando llegó para participar en una doble cumbre de mandatarios.
Se enclaustró en su habitación y se perdió en la noche de ese día el show de caballos inteligentes y bailarines que les mostró
Sebastián Piñera a sus invitados en la cena del club Hípico, a la que fueron la mayoría de los invitados a una cita de mandatarios latinoamericanos y europeos
(Mariano Rajoy, Dilma Rousseff, Evo Morales, Raúl Castro, Ángela Merkel, entre otros). Se perdió también el menú magnífico d
e atún rojo del Pacífico -una delicadeza que cotiza en los mercados gastronómicos como el oro (un ejemplar de 220 kilos se vendió hace unos días en la pescadería de Tsukiji, en Tokio, a 1,3 millón de euros)-, algo de lo que se privaron también, con tal de seguir los gestos de su Presidenta, los demás miembros de la delegación que la acompañó, salvo
Oscar Parrilli que llegó casi a los postres y, por supuesto, el embajador
Ginés González García. Este pudo contemplar las audacias de los caballos atletas, un espectáculo que tiene como propietario al canciller chileno
Alfredo Moreno, un aficionado que armó la escuadra que pasea por el mundo como emprendimiento privado y que le presta a su Gobierno para estos actos mayestáticos.
La razón del encierro en la noche del sábado era hablar en varias conferencias con Héctor Timerman, quien desde ese día estaba escondido -no avisó que faltaría a la cumbre de
Chile, algo que despertó algunas inquietudes en los mirones del protocolo oficial- en
Adís Abeba (Etiopía) para cerrar la letra fina del acuerdo que se conoció ayer con Irán para facilitar el avance en la investigación del abominable atentado a la mutual judía AMIA. Era más importante eso que los sombrerazos con otros presidentes, algo que
los Kirchner nunca han apreciado mucho -prefieren las relaciones de a uno y fuera de las cumbres con sus colegas de otros países-.