Nos
cuentan que después de terminar de escribir su carta con pulso tembloroso
, Dimitris Christoulas, farmacéutico griego jubilado de 77 años, enfermo de cáncer y con numerosas deudas, la dobló y guardó en un bolsillo, dirigiéndose en subte al Parlamento.
Ni bien salió en la estación
Syntagma, a donde tantas veces había acudido para participar junto a los jóvenes
aganaktismeni –los indignados griegos– en las masivas manifestaciones contra los brutales ajustes del gobierno, el anciano se acercó a un ciprés, balbuceó
“No quiero dejar deudas a mi hija”; sacó de entre sus ropas un viejo revólver y sin decir una palabra se descerrajó un disparo en la sien.
Christoulas vivía en el barrio de
Ambelokipi, cerca del centro de
Atenas, era un hombre de izquierda, muy implicado en las actividades de los indignados, en el movimiento
Den Plirono (“Yo no pago”) y en la asociación de vecinos local.
En su misiva
Christoulas hablaba de
“El gobierno de Tsolakoglou” como máximo responsable de su situación, haciendo así una comparación entre aquel primer ministro colaboracionista durante la ocupación nazi de
Grecia, con el actual gobierno tecnócrata de
Lukas Papademos impuesto por los mercados financieros, Merkel y Sarkozy.
La dramática decisión del rebelde Christoulas conmocionó a la sociedad griega y a toda esta Europa en crisis. Su suicidio, a las nueve de la mañana del miércoles pasado, provocó espontáneas protestas callejeras en las calles de Atenas.
“Todos somos Dimitris Christoulas”, gritaron miles de jóvenes y lo siguieron haciendo el jueves, viernes y sábado, reprimidos duramente por la policía.