Se quedó solo, vestido con ropa deportiva y en pantuflas. Su mujer se fue, salió por la puerta de dos hojas de la casa de dos pisos de Montevideo al 2300, a la vuelta del San Isidro Club, agobiada, tal vez, por la depresión que hundía a su marido en una persona a la que ya no reconocía. Los autos de alta gama quedaron estacionados en el caminito empedrado y circular de la vereda que recorre el frente de la casa, alejados unos metros de la calle. A Centurión no le importó. Ya no había nada que le importara. Nada.
Buscó la escopeta calibre 16, de dos caños no yuxtapuestos, de caza con perdigón, labrada en partes metálicas, antigua, muy bien conservada. “De esas que habitualmente pasan de generación, en generación”, especuló pocos minutos después uno de los peritos policiales al que Centurión no conocería jamás.
Su decisión estaba tomada. Cargó dos perdigones, dejó el resto prolijamente guardado en la caja, apoyó el caño en la barbilla derecha y disparó.
Ocurrió en la Secretaría de Comunicación Social que depende directamente de la jefatura de gobierno porteño: manejos turbios en los fondos públicos, privilegios a empresas privadas cautivas, espionaje y persecusión. Nota completa acá.